Identidades…

Una de las particularidades de la paternidad por adopción es que los padres adoptivos no elegimos el nombre de nuestros hijos. Tampoco debemos dar por supuesto que tendrá nuestro apellido.

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En el caso de nuestro hijo, al comenzar la permanencia en casa nos dieron su D.N.I.

Al leerlo constatamos que la edad no era la que él creía que tenía. También que  su primer apellido era O.  y ese no era el apellido por el que lo nominaban en la institución donde pasó la medida de abrigo. En el hogar lo nombraban de la misma manera que a una de sus hermanos.

Nos pareció que parte de nuestra función como padres era acompañarlo a reordenar estos aspectos de su historia, incluso los leidos por nosotros en su documento nacional de identidad, nada más y nada menos.

Con la convivencia se fueron ordenando muchas cuestiones de su ubicación en el mundo, de su historia y su presente. Comenzaba a vivir en un lugar sin la inestabilidad del hogar donde estuvo viviendo provisoriamente durante demasiados años. En casa, en su casa, los días meses y años tomaban otra dimensión.

La construcción de su identidad también nos comprometía en relación al respeto de su identidad de origen, con todo lo desconocido que tenía para nosotros.

Él ya no era un niño más en una institución. Era nuestro hijo, que había sido nombrado por sus padres de origen y desde ese punto de partida los tres nos construíamos como familia.

Pasaron muchos momentos, porque se multiplicaron sus años hasta la sentencia de adopción. Era otro marco legal, sin los pasos y plazos que establece actualmente la ley para los procesos adoptivos.

En esos nueve años leimos muchos cuadernos, carpetas, pruebas escolares en las que solo ponía su nombre sin apellidos. Algunas veces se probaba los nuestros y en algún momento hasta el de su abuela adoptiva. No se privó de nada: hasta fantaseó tener cuatro apellidos, pero suponíamos que no se podría.

Repetición de nombres. Elegir nombres.

Mi esposo es el mayor de cuatro hermanos. Como todos sus antecesores desde la rama paterna, por ser el primer hijo recibió el mismo nombre. Mucho antes de pensar en la adopción le dije que nunca me gustaron los nombres repetidos, que obligan a decir «Juan Perez (padre) o Juan Perez (hijo).

Creo que para él tampoco era significativo sostener esa tradición porque al poco tiempo de conocernos empezamos a imaginar otros nombres posibles para nuestros hijos.

Pero en la adopción el nombre no se elige. En la adopción el niño llega con su propio nombre.

Y también está la mínima posibilidad de que su nombre coincida con el de su padre adoptivo. Eso, justamente eso, nos ocurrió a nosotros.

Aceptar que con la adopción el prenombre de mi esposo se repita en mi hijo, lejos de molestarme, me generó emoción.

Lo no decidido fue una sorpresa, y un nombre a adoptar, a hacer propio. Me suena lindo cuando me dicen saludos para tus J., asi en plural.

Decidir la adopción

Llegar hasta la sentencia de adopción no fue fácil para nosotros, mucho menos para nuestro hijo.

Se propuso dar el paso y se arrepintió de la decisión incontables veces. Solo cuando pudo explicar a su madre de origen este deseo, y cuando ella pudo entenderlo, se sintió tranquilo para legalizar el vínculo que hemos tenido durante tantos años.

Días antes de cumplir sus dieciocho años esperaba desesperadamente la sentencia.

Omisión de apellidos. Elegir apellidos

En mi familia materna soy la primera hija mujer que recibe el apellido paterno, al menos por tres generaciones.

No sé por qué, tuve una bisabuela, una abuela y una madre con el apellido V.  No tengo respuestas a ese interrogante.

Los relatos de esa historia familiar fueron patrimonio exclusivo de mi bisabuela, porque tanto mi abuela como mi mamá sobrevivieron tragando palabras. 

Con medio siglo me pongo nostálgica y me invaden los recuerdos de sus relatos. Yo era bastante chica y no tenía la lista de preguntas que hoy le haría a mi bisabuela si estuviera viva.

Tanto ella como mi abuela fueron madres solteras pero no fueron madres solas. Durante bastante tiempo tanto mi abuela como mi madre vivieron con sus padres aunque estos hombres no les dieran sus apellidos.

En mi adolescencia, un domingo recibimos al Sr. O., papá de mi madre y de mis tres tíos. El compartió un almuerzo con toda nuestra familia. Recuerdo las expectativas teñidas de rencores para algunos de sus hijos y de alegrías para otros.

No podía entender ni las alegrías ni los rencores. Para mí era una expectativa desteñida, porque no lo esperaba como abuelo sino como el papá de mi mamá. Ese día conocí a un señor con el apellido O. el apellido que no le dió a mi mamá.

Los apellidos de nuestro hijo

El primer apellido de nuestro hijo, el de su padre de origen, coincide con el que mi madre no recibió de su padre. No es ni un apellido extravagante ni tampoco es Pérez. Puro azar, vueltas de la vida.

Nunca pensé que recibir el documento, que tuviera nuestro apellido, fuera trascendente para nosotros. Me parecía bien que eligiera el o los apellidos con los que se sintiera identificado, porque sentía que si no coincidía con el nuestro no era determinante de lo que somos: una familia.

Sí creía fundamental que se legalizara nuestro vínculo familiar, porque siempre pensé que era una realidad afectiva, una realidad histórica, y ser legalmente hijo era una garantía para sus derechos.

Hoy llegó su nuevo documento nacional de identidad, con sus dos nombres y tres apellidos.

Dos apellidos de origen y un apellido adoptivo.

La lectura del DNI, el encuentro con la letra escrita me conmocionó enormemente, como la primera vez que leí su DNI a los nueve años.

¿Cómo tramitar el nuevo DNI?

                   ¿Cómo tramitar el nuevo DNI?

Las vueltas de la vida, las sorpresas, el resignificar su historia y también la nuestra, genera mucha emoción, condensa muchos recorridos de vida de quienes han sido parte de nuestras vidas y que hicieron posible ser quien somos.

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