Gabriela Parino para Ser Familia por Adopción |
Maternidades terrenales
Siento que mi madre fue eso: madre. Con cinco letras, ni una más ni una menos.
Una madre como todas, aunque no compartiéramos biología. Con mil errores y mil aciertos. Pero una equivocación muy grande y de la que más aprendí, fue el no saber por ella, que no era su hija por biología. En ese entonces yo transitaba mi adolescencia.
Como muchas hijas, me hice hija de su neurosis y ante su silencio generalizado para hablar de temas complicados, yo muchas veces hablo de más.
A pesar de esos silencios tuvimos una relación de confianza, un vínculo muy fuerte. Siempre valoré su forma de criarme y durante gran parte de mi vida sentí que ella tenía dotes innatas para ser buena madre. Creía firmemente que para ella criarme «fluía». A diferencia de otras madres, ella jamás necesitó de un chirlo ni levantarme la voz.
Igualmente nunca sentí que fuera un ser extraordinario por no ser madre biológica. Tampoco yo lo soy.
Los padres por adopción somos personas terrenales que elegimos criar a nuestros hijos, que disfrutamos verlos crecer, superarse día a día, como muchos padres biológicos. Pero también sufrimos días difíciles, miedos, incertidumbre sobre cómo criarlos saludablemente. Padecemos los momentos de conflicto y desamor, como un riesgo de perderlos. Hasta a veces dudamos, poniendo el riesgo de nuestro lado: «no doy más», «en qué lío me metí»…
Mi mamá también lo pensó como abuela. A pesar de adorar a su nieto, cuando vivíamos situaciones muy dolorosas le pesaban mucho más los sufrimientos míos que los de mi hijo.
En muchas ocasiones me he planteado que la crianza me cuesta mucho. En situaciones límites he recibido insultos inimaginados de parte de mi hijo. Entonces, pensé: jamás hubiera llegado a decir esto a mis padres.
Mi hijo me permitió abrir una nueva pregunta sobre mi madre: ¿a ella le costaba menos porque era tan buena madre o porque yo era tan «buena hija»?
La crianza de mi hijo no fluye, no me sale como a ella; porque tengo la suerte de que mi hijo es menos «buen hijo» que yo. Eso me hace valorarlo mucho a él pero también a mí misma, por brindarle la posibilidad de ser un «hijo suficientemente malo». Muy pero muy bueno por tener la valentía de «portarse muy mal» y también la osadía de portarse muy bien, y de ser tan plenamente hijo con todo eso. Me enorgullece enormemente porque me obliga a adaptarme a él, a superar mis limitaciones, mis prejuicios. Podemos encontrarnos desde las diferencias y no desde la sobreadaptación que quizás yo puse en juego desde mi temprana infancia sabiendo -sin haberse dicho- que mi vínculo no llegó biológicamente garantizado.
Tuve necesidad de compartir mi punto de vista, sin dejar de respetar el disenso de tantas versiones idealizadas de la maternidad por adopción. Porque cuando decimos que somos madres a través de la adopción surgen comentarios como que nos ganamos el cielo, que somos ángeles, seres celestiales, extraordinarios y mejores que los padres por biología.
Trato de relativizar y poner en contexto estos planteos con los que no me siento identificada porque ¿cómo no idealizar la maternidad por adopción con la idealización que se hace socialmente de la maternidad en general?
¿A las madres se les debe agradecimiento?
Sin ser desagradecida tampoco me posicioné nunca en el agradecimiento. No fui de expresarlo con palabras porque nunca sentí que me hicieran un favor al criarme.
Aun así creo que el modo de llegar a ser hija condicionó mi forma de actuar como hija. «Una buena hija», que estudió, que siempre fue confiable, buena nieta, prima, sobrina, que «se rateaba» de la escuela avisando antes o después a su mamá.
Siempre fui de adaptarme a lo que supongo que las personas que aprecio valoran y esperan de mí. Sufro el abandono, la desaprobación y el rechazo porque quizás el silencio selló una forma de deber agradecimiento mucho más densa.
Por suerte mi hijo no tiene nada que agradecerme, porque no le hice ningún favor ni él me lo ha hecho a mí. Nos hicimos familia por el deseo de ser familia traspasando las barreras de la maternidad biológica y traspasando generaciones. Ser familia con la herencia de mi madre, con mi propio sello y el de la familia que elegí para construir nuestra vida.
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