Miedos, ganas, preguntas, deseos, incertidumbre, dudas, más ganas y más miedos. Preguntas sin respuestas y respuestas que no gustan tanto. Fantasmas que van y vienen.
Quedamos elegidos para ser la familia de A. y M. Nos comunican que dentro de unos días los conoceremos. Un torbellino de emociones y sensaciones se apodera de nosotros. Aunque nos preparamos para este momento nos vemos invadidos y superados por dudas, temores, una alegría inmensa y miles de preguntas que buscan respuesta.
Tratamos de imaginar cómo será. Lo contamos, lo hablamos con personas que ya pasaron por momentos similares. Pedimos consejos y sugerencias para poder «adelantar» en nuestras mentes y nuestros corazones algo de lo que pasará en ese momento del encuentro.
Nosotros, adultos que tomamos la decisión de completar nuestra familia a través de la adopción, llegamos a este momento con más o con menos herramientas que nos permiten transitar las emociones que nos genera esta situación.
¿Cómo llegan los niños a ese día en el que nos conocerán? ¿Cómo hace un niño que pasó por desilusiones producto de las acciones de adultos para confiar en otros adultos? ¿Cómo hace para lidiar con el miedo a pesar del deseo de tener una familia? ¿Puede comprender que esta posibilidad de familia no se parece a la que tuvo antes? ¿Cómo se entrega si estas personas son desconocidas? ¿Quiénes las conocen? Y se preguntan… ¿Y si no les gusto? ¿Y si no me quieren? ¿Y si no me aceptan?
Muchas veces escuchamos o leímos «nos dijeron mamá y papá en cuanto nos vieron», «vinieron corriendo a abrazarnos», «en el segundo encuentro ya quisieron venir a vivir a casa». Todos soñamos con el amor a primera vista, «los vi y sentí que eran mis hijos». Y la verdad es que no siempre sucede así.
A veces lloran desconsoladamente, no nos saludan, ni nos miran. Otras, ni siquiera nos quieren ver cuando vamos a buscarlos para salir a pasear. En ocasiones mientras estamos cerca del hogar va todo muy bien, pero cuando hablamos de ir a casa para que la conozca «se pudre todo».
Puede pasarnos que nos sintamos rechazados, que no nos quieren. Y nos centremos
en nosotros y en cómo nos sentimos. En nuestra desilusión porque no era así como lo habíamos imaginado. Y las preguntas que inevitablemente surgen son ¿cómo seguimos? ¿podremos formar una familia? ¿querrá ser nuestro hijo? ¿sabremos ser sus padres?
Tenemos una tarea difícil, seria, comprometida, imprescindible…la de intentar entender que ese no querer encontrarse con nosotros, no saludarnos, no mirarnos, no hablarnos, no desear conocer la casa donde vivirá dentro de un tiempo son síntomas, signos de cuestiones muy profundas. La de corrernos del centro de la escena y que lo que nos sucede a nosotros pase a un segundo plano. A veces ni haciendo el esfuerzo más grande podremos imaginar lo que les pasa. Son quebraduras algunas enyesadas, otras ya hecho un callo y otras todavía sin curar.
Si ese niño al que vamos a conocer tuviera un yeso en una pierna seguramente no le propondríamos correr una carrera hasta la esquina. Con esas quebraduras invisibles tampoco podemos pedirles que no tengan miedo, que confíen, que se enamoren a primera vista de nosotros. Muchas veces cuando más se alejan es cuando más ganas tienen de que esta familia funcione.
Hay encuentros en lo que todo parece fluir, todo va maravillosamente y sentimos que «los elegimos y nos eligieron». Sí, también hay momentos hermosos, soñados…esos son los que hay que atesorar para que sean el ancla en los días de tormenta. No son solamente esos momentos los que sirven para construir. Nuestras familias se construyen también sobre las crisis.
Sostener, palabra clave si las hay en este modo de construir una familia por adopción.
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