«Papá Noel no existe, son los papás», le había dicho Malko. Pero claro que existía, Mía lo había visto año tras año en el Hogar. «Los que no existen son los papás, tonto y retonto», le contestó Mía. Los que no existen son los papás, que se ven en los sueños y nada más, pensaba.
Ese fragmento del valioso libro de María Laura Dedé nos permite entender el panorama de los niños que necesitan familia por adopción.
Una serie de retazos de historias me generó la necesidad de ponerle texto que los uniera.
¿Los adultos creemos en la cigüeña?
Como adultos simplificamos la relación que los niños tienen con la confianza, suponemos instalada en su inocencia la capacidad de creer.
Muchas veces, iniciamos una vinculación obnubilados por la emoción y con una relación a la creencia cargada de ingenuidad y fantasía. Esperamos que el hilo rojo del destino se encargue de unir un vínculo que depende de nuestra preparación, de cuánto podamos hacer con la carga que llevamos en nuestras mochilas.
Suponemos a los niños esperando el abrazo inaugural de un vínculo familiar. Creemos que nos esperan, que nos sienten sus padres, que cuando nos dicen papá y mamá de manera inmediata eso ya sella la familia para siempre.
Suponemos que nuestro amor llega a un lugar vacío que ellos tienen reservado y creemos en la complementariedad de ese amor cubriendo todas sus necesidades.
Son ilusiones… son fantasías, son sueños que cuando se encuentran con la realidad nos hacen descreer o anular la capacidad de ver otras cosas que les pasan a los niños.
Los adultos también tambaleamos como ellos en nuestra posibilidad de creer. Perdemos la fe muchas veces, con o sin motivo. Pero es fundamental que todos los adultos sepamos que para los niños es imprescindible nuestra confianza. Pero no una confianza basada en el pensamiento mágico sino basada en la realidad de la adopción. Esa seguridad -hasta en el momento en que todo parece derribarse- es el punto de partida para que ellos puedan creer.
La confianza ciega en el amor
Cuando las personas dicen «quiero adoptar porque tengo mucho amor para dar» los alertamos diciendo que el amor no es suficiente. Los chicos necesitan tiempo para recibirlo y para brindarse.
Para encaminar un proceso de adopción es mucho más necesaria la capacidad de sostenerse en el desamor que podemos llegar a encontrar del lado de los chicos. Este desamor puede aparecer poniéndose en juego hacia nosotros porque somos los destinatarios de todos sus afectos.
Más que el amor, que es imprescindible, hace falta desarrollar la tolerancia a la frustración, la capacidad de buscar ayuda para distanciarse de ideales y abrazar a ese niño con toda su realidad.
Eso hace posible que sea plenamente hijo, con todas nuestras limitaciones pero con nuestra confianza en la familia como lugar para crecer. Y cuando hablo de crecimiento no me refiero solo al de los niños sino a todo lo que ellos nos enseñarán a nosotros.
Creer es crear
Si los miedos nos hacen pensar que el vínculo no funciona, si suponemos desamor porque ante un límite nos dice «no sos mi padre», si valoramos su rechazo como imposibilidad de construir un vinculo familiar, dejamos de creer.
Es humano que así sea, pero es necesario encarar la construcción familiar sabiendo que todo esto puede suceder. Sin pasar por estos desencuentros no es posible el encuentro. ¿Por qué? Porque el desencuentro es fundante de las familias por adopción.
El desencuentro del niño con su familia de origen nos precede y no se borra para ningún niño, tenga la edad que tenga en el momento de iniciar la vinculación. También los bebés sufrieron las pérdidas y no confían rápidamente en el nuevo entorno familiar.
Y en el caso de las adopciones de niños que estuvieron institucionalizados ¿Cuantas veces creyó que su mamá vendría a verlo al hogar y ella se olvidó? Ella lo quería pero quizás algunas otras cuestiones hacían que se diluyera el compromiso afectivo de un niño que la esperaba. ¿Le mintió? No. Sus limitaciones subjetivas no le permitieron contemplar que si no podía cumplir su promesa de visita, al menos el niño necesitaba alguna palabra que marcara su presencia.
Es con esas situaciones que al pensar en adoptar tenemos que tomar la posta, para que el niño pueda comprometerse afectivamente con nosotros.
De repente el niño enfrenta la posibilidad de familia sin conocernos. ¿Puede creer en uno o dos desconocidos que llegan a su vida de un día para otro?
Sostener sus distancias, respetar sus tiempos, es parte de la función para la que llegamos a sus vidas. No se trata de un camino sin escollos, ni de una situación mágica desde el primer encuentro.
Para concluir, otro relato que generó este escrito: de una madre por adopción en vísperas de reyes. Su hijo tiene catorce años y pasaron juntos cuatro 6 de enero. Este relato condensa todo lo plasmado en esto de que creer es una construcción posible solo si hay padres. La confianza se da solo si hay adultos que, creyéndose padres posibles para los niños, sostienen todo lo que ellos traen a la vida familiar.
Si hay adultos que crean, creer es posible para los niños.
«Ma, yo no creo en los reyes obvio… Pero creo en ustedes» Y dejó las zapas mugrosas en la puerta. Lo que no se hereda se aprende. Amarlo es poco.
(*) Agradezco a G. por compartir esta escena de la vida familiar.
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