2/2/2019 – Gisele Sousa Dias
Milagros vivió en un Hogar junto a otros 6 chicos. Sin embargo, fue la única que logró encontrar una familia. Le dicen que tuvo suerte: 9 de cada 10 postulantes quiere niños de entre 1 y 4 años, y sólo un 15% adoptaría a un chico con una discapacidad.
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Milagros junto a Mirta, su mamá (Foto: Lihue Althabe)
La situación no era la que Mirta había imaginado. Sus amigas estaban en pareja y pariendo a sus primeros hijos «en tiempo y forma». Ella, en cambio, estaba soltera y luchando contra una infección en las trompas de falopio y un miedo sólido: «No voy a poder tener hijos».
Fue una amiga quien le hizo una pregunta que Mirta todavía agradece: «¿Vos querés ser madre o llevar un bebé en tu vientre? Porque si lo que querés es ser madre hay un montón de chicos que quieren ser hijos«.
Fue pura casualidad pero cuando la idea de ser madre adoptiva se instaló en la vida de Mirta Lucero, Milagros acababa de nacer. Hace 13 años formaron juntas una familia monoparental (madre soltera e hija) y ahora cuentan su historia a Infobae en un bar de Chacarita.
Milagros tiene 17 años, está por terminar el secundario y su voz es el corazón de la entrevista. Sabe que tuvo «suerte» de haber sido adoptada y haber podido crecer en un núcleo familiar. ¿Suerte? Es que era «grande» cuando comenzó la vinculación: tenía 5 años pero 9 de cada 10 postulantes busca adoptar un niño de 1 a 4 años, según datos oficiales.
Además, su legajo decía que tenía un retraso madurativo. Los mismos datos oficiales indican que el 85% de quienes hoy están inscriptos en Argentina buscan adoptar niños sin ninguna enfermedad o discapacidad.
Ninguno de los otros seis chicos que vivían con ella -a los que llama «mis hermanos»- tuvo la misma suerte: «Crecieron esperando una familia y quedaron a la deriva cuando cumplieron los 18 años«, cuenta.
El encuentro
Milagros vivió sus primeros seis meses de vida con su abuela biológica. Su progenitora (esa es la palabra que usa para distinguirla de Mirta, su mamá, con quien tiene «un vínculo de amor»), tenía problemas de salud mental y tampoco había un padre capaz de hacerse cargo de ella.
Era bebé cuando su abuela asumió que no estaba en condiciones de darle una buena vida y decidió iniciar los trámites y buscarle una familia adoptiva.
«Al principio una se siente abandonada, después me di cuenta de que no era así. Mi abuela biológica pensó mucho en mí, se dio cuenta de que nadie podía cuidarme y que lo mejor era que me buscara una familia que pudiera. Ella me permitió tener hoy un vínculo familiar sano», explica Milagros. Mirta (49) espera que su hija termine y acota: «Le permitió ser hija», dice.
En ese entonces todavía existía un programa llamado «Amas externas» y Milagros fue a vivir a la casa de una «mamá sustituta», en Avellaneda. Llegó cuando tenía seis meses y durante cinco años el juez buscó en el registro de adoptantes una familia para ella, que en los papeles figuraba como «M»: una nena con diagnóstico de retraso madurativo que mantenía el vínculo con sus abuelos biológicos: no encontró ninguna.
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