“Por qué tardaste tanto en ir a buscarnos»: tenía dos hijos adolescentes, se enamoró de su mejor amigo y juntos adoptaron a tres hermanitas
04 Oct, 2020
Luis siempre había soñado con ser papá y desde 2010, junto a Luján, intentaron cumplirlo. En 2018, a Lucas y Candela, se sumaron Valentina, Mía y Guada que esperaron, en un hogar de Santiago del Estero, dos años para tener una familia.
Por Yanina Sibona
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Cuando Luján se reencontró con Luis en Santiago del Estero, ella ya era mamá de Lucas y Candela. Ambos estaban separados y él le contó que no podía tener hijos biológicos, pero que soñaba con ser papá. “Primero fuimos amigos en la secundaria, después socios y al final nos enamoramos y formamos una familia”, cuenta Luján a TN.com.ar.
“Nací en Tucumán, hice la primaria en Buenos Aires y la secundaria en Santiago del Estero porque de allí era mi papá. Mi marido Luis, o ‘Piri’ como le dicen, era mi compañero de clase y mi mejor amigo. Cuando terminamos la escuela, él se fue a estudiar para infante de marina. Un tiempo después, a mí me marcó un accidente de tránsito en el que murieron mi papá, tres de mis hermanos y mi sobrinita. Quedamos mi mamá, mi hermana y yo. Las dos nos casamos y quedamos embarazadas muy jovencitas. Creo que para devolverle un poco de felicidad con los nietos a mamá”, recuerda.
Aunque se casó, tuvo a sus hijos y se fue a vivir a Tucumán, seguía encontrándose a Piri cuando iba a Santiago del Estero y se reunía con amigos del colegio. “Mi matrimonio anterior duró ocho años. Con mi ex teníamos una buena relación, pero él trabajaba fuera de la ciudad y nos veíamos solo los fines de semana. Cuando mi segunda hija, Candela, estaba por cumplir dos años le pusimos punto final, nos divorciamos y me mudé con mis hijos a Santiago del Estero”.
Allí, se encontró con su amigo de toda la vida que se había retirado de la infantería de marina, después de ser condecorado por unirse a la misión de los Casos Azules en la Guerra del Golfo. Piri, tras diez años de casado, había empezado los trámites del divorcio. “Como sabía que tenía una empresa de seguridad, le propuse que nos asociáramos para armar una más grande juntos . De amigos, pasamos a socios y después de un tiempo me di cuenta de que me había empezado a gustar. En 2010 no pusimos de novios”.
Juntas las cinco mujeres de la familia. Foto: gentileza de la familia. Octubre 2018.
No solo era una relación de novios, ella tenía a Lucas y Candela: “Cande tenía 6 años cuando empezamos la relación y -obviamente- mis hijos lo conocían de antes, pero el vínculo entre ellos se fue construyendo con el tiempo. De a poco se fueron queriendo cada vez más. Al año nos fuimos a vivir juntos”.
El anhelo de Luis de paternar
Aunque no podía tener hijos biológicos, “Piri” le transmitió a Luján su deseo de ser padre. “Yo le había preguntado más de una vez si quería tener hijos y él me contestaba que anhelaba ser papá, enseñarle a alguien, brindarle la oportunidad de una familia a un alguien”.
Si bien los hijos de Luján tenían una relación excelente con su papá, generaron con el tiempo un vínculo muy fuerte con Luis. “Siempre le digo a mi marido que él fue padre adoptivo antes que yo. Los chicos dicen que tienen al biológico y a Piri, el del corazón”.
El haber sido primero amigos facilitó el diálogo, siempre sincero entre ellos. “Yo ya había sido madre, y reconozco que no la pasaba bien en el embarazo. Siempre decía que si me salteaba eso, podía tener diez hijos. Por otra parte, ya había tenido el varón y la nena, pero nunca en esa ecuación había pasado por mi mente que me iba a enamorar y soñar con tener más hijos con esa persona”.
Agrandar la familia
Cuenta que una vez que decidieron embarcarse en el proyecto de tener un hijo, primero barajaron la posibilidad de intentarlo con un tratamiento en el que ella quedara embarazada de un donante. Durante el proceso, descubrieron que tenía un problema en las trompas. “Hicimos una inseminación invitro que no dio resultado y como siempre había estado en nuestros planes la idea de adoptar, nos enfocamos en eso”.
La pareja reconoce que no sabían mucho de adopción, pero que el deseo de él de ser papá los llevó a lograrlo. “Para eso, tenían que salir los trámites del divorcio de Luis. En ese entonces, vivíamos en concubinato y la ley- no se había modificado el Código Civil- no nos permitía hacerlo juntos, así que primero nos anotamos por separado».
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“Yo era divorciada, pero en los papeles vivía con un extraño y desde el juzgado me decían que no podían entregarme a una criatura en ese contexto. No bajamos los brazos y pese a que yo no me quería casar, acepté hacerlo si esa era una condición indispensable para anotarnos juntos”.
Todo se demoraba por los trámites: «Siempre decimos que el divorcio de él fue el más largo de toda la Argentina. A nosotros no nos llevo tanto tiempo la adopción, pero sí el divorcio. Lo más terrible es que nuestras nenas podrían haber estado con nosotros mucho tiempo antes”.
Cuando llegó la noticia sobre los cambios en el Código Civil, ya se habían presentado juntos con la carpeta en el registro de Santiago del Estero. “Pasaron millones de cosas en el medio, pero todo el tiempo que transcurrió, los años de espera, hicieron que nos interiorizáramos más en el tema y nos dio otra perspectiva gracias al grupo Ser Familia por Adopción. Yo empecé a estudiar psicología y tuve la suerte de conocer a la actual directora de hogar de adolescente Sandra Alieno, que en ese momento era profesora de una materia de la facultad y trabajaba en el instituto. Le comenté que queríamos adoptar y ella nos permitió conocer la realidad de los niños que vivían ahí”.
“Un día les llevé unos juegos de sábanas para las camas del hogar y conocí algo de la realidad de las chicas. Volví a casa con una sensación extraña y hablé con Luis sobre la situación de los niños que viven en hogares y la importancia de que adoptáramos a un niño más grande.
Haber visto cómo vivían en el hogar, marcó su camino. “Presentamos una carta en el Registro Único de Adoptantes de Santiago del Estero, sumamos una foto de la familia y contamos qué intenciones teníamos. Allí explicamos que queríamos dar la oportunidad a los chicos más grandes. Nosotros habíamos pasado muchas cosas feas en nuestra niñez y entendíamos que no teníamos la culpa, como tampoco la tienen los menores que viven en los hogares. Ellos no tienen la culpa de haber llegado ahí».
Luis y Luján con las tres más chicas de la familia. Foto: gentileza de la familia.
Pese a que ya regía la posibilidad del “divorcio exprés”, a ellos no les salió porque la jueza quería que se hiciera con el expediente y la ley vieja. “Nosotros ganamos tiempo y empezamos a hacer los talleres del RUA. Ahí los profesionales daban charlas sobre diversas temáticas para explicar lo que realmente significa adoptar y descubrimos que el denominador común de casi todas las parejas era que querían un bebé. El equipo se esforzaba por concientizar sobre la adopción de chicos más grandes, pero los postulantes contaban su deseo de que fuera un bebé o que no tuviera más de dos o tres años, máximo cinco”.
El hecho de haber sido madre antes, hizo que Luján tuviera otra mirada: “Para mí que hablaran de niños de 13 o 14 años como si fueran adultos me parecía un absurdo. Que nadie los quiere porque ‘son grandes’. Grandes de qué. Siguen siendo niños. Nosotros en la carta inicial que presentamos con fines adoptivos indicamos que nos ofrecíamos para niños más grandes y hasta tres hermanos porque pensamos que donde comen dos, comen tres”.
“La única salvedad que hice fue que los chicos no tuvieran una discapacidad dependiente como una parálisis cerebral porque no me sentía capacitada para hacerme cargo, pero por lo demás, no teníamos ningún pero. La gente del RUA sabía que estábamos dispuestos a adoptar un grupo de hermanitos».
“No sos rubia”
“Habíamos esperado más de siete años para conseguir el maldito papel que faltaba para poder completar nuestra carpeta: el del divorcio de Piri. Cuando por fin la tuvimos lista, fuimos evaluados y tuvimos nuestro ansiado Apto. Una persona que siempre nos acompañó es Claudia Juárez que es actualmente la directora de la DINAF”.
En menos de una semana ya habían tenido entrevistas con las psicólogas y trabajadoras sociales y les aseguraron que tendrían novedades rápìdo. El 28 de agosto los llamó Carolina Agüero, la directora del RUA, para contarles sobre tres hermanitas que estaban en el hogar. “Teníamos que ir al juzgado de La Banda para dar nuestra respuesta formal de la intención de querer conocer a las nenas. Ahí nos esperaba la jueza Taboada – con una sonrisa de oreja a oreja-. En unos minutos la oficina estaba llena : jueza , gente del RUA , del hogar de niños, nosotros. Era como una minicumbre de potencias representantes de algo enorme por suceder”.
Enseguida la titular del juzgado de familia de La Banda les preguntó si querían conocer a las nenas y ellos no dudaron. Nos confiaron que las chicas estaban muy ansiosas y que si podíamos, el encuentro se podía concretar esa tarde. “La jueza Taboada redactó el acta y salimos con taquicardia. Llegó la hora acordada y fuimos al encuentro. Habíamos quedado en ir al Centro Cultural de Santiago del Estero que queda en pleno centro y tiene un bar muy lindo”.
“Cruzar la puerta se convirtió en una escena en cámara lenta. Allí estaba ellas, a 10 metros de nosotros tomadas de la mano de las asistentes y trabajadora social que supervisaban los encuentros”.
«Mamá, papá gritaron mientras se echaron en nuestros brazos. Lloramos un montón y eso que habíamos acordado con mi marido no hacerlo para no asustarlas, pero la emoción era muy fuerte. En medio de todas esas emociones, la del medio me dijo ‘no sos rubia’, y yo le contesté ‘vos no tenés rulos’”, recuerda Luján.
A partir de ese momento empezó el período de vinculación. «Te emocionás, las mimás, vas a los parques, a los jueguitos. Las pasábamos a buscar por la escuela, íbamos a merendar y al final, cuando nos autorizaron desde el juzgado, venían a cenar a casa y después las teníamos que llevar al hogar que era todo un llanto porque querían quedarse con nosotros. Eso aceleró los trámites y el 7 de septiembre de 2018 les otorgaron la guarda con fines adoptivos y seis meses después la jueza nos recibió y nos dijo que habían hecho un seguimiento y que les daba la adopción plena y que podíamos labrar las actas de nacimiento”.
Luján con sus tres bebés como llama a sus hijas más chiquitas. Foto: gentileza de la familia.
Un dato que a Luján le parece importante destacar es la diferencia entre las experiencias de cada una de sus hijas después de dos años de vivir en un hogar. “El rechazo a los más grandes es lo más doloroso. La más chiquita se la pasaba con familias de acogida porque era un bebé, la del medio -como parece más chiquita- también la pasaban a buscar para pasear, pero a Vale que es la más grande, no la llevaban a ningún lado. Nos contó que solo una vez una pareja la fue a visitar y la invitó a pasear”.
Para siempre juntos
“Primero te enamorás de la idea, después empieza la construcción del vínculo y como padre, tenés la responsabilidad de demostrarle que los elegís para siempre. Si no estás preparado, preparate porque primero es la luna de miel con mamá y papá y después, lógicamente, vienen las otras etapas donde surgen sus historias de vida y tenés que estar a la altura de poder acompañarlos. Es una montaña rusa. Una de cal y una de arena”.
“Con cada una llevó su tiempo la construcción del vínculo. ‘Mamá y papá, te amo un montón’ está desde el comienzo pero el abrazo del click y la mirada diferente de cuando ellos te sienten su mamá existe. Me acuerdo perfecto cómo fue con cada una. Valentina hoy tiene 10 años y no le gustaba que la toquen los hombres. Fue una emoción total después de ocho meses de convivencia cuando se acercó a su papá que estaba sentado y lo abrazó por la espalda. Ella lo adoptó a él”.
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“La china, la del medio, un día de la nada me preguntó por qué tardé tanto en ir a buscarla al hogar. Son esos momentos sublimes con cada una de mis hijas que tienen un pasado, que pasaron muchas cosas, que llegaron con miedos, pero que nos llenaron de amor y construímos entre todos esta familia».
Antes de terminar la nota, esta mamá de cinco cuenta una anécdota para que se entienda cómo es esto de ser una familia por adopción. “Era el primer cumpleaños al que iba una de las nenas, el resto de las mamás me hicieron la pregunta de por qué habíamos adoptado tres, cuando ya tenía hijos. Yo trataba de explicarles que se trata de brindar una familia y no “conseguir” un chico. Me sentí bien porque todas despejaron dudas y algunos preconceptos sobre las familias por adopción».
El resultado es el amor asegurado, esta mamá lo explica muy bien: «Dios nos dio la bendición de que seamos nosotros quienes les podamos brindar a mis hijas todo el amor y la contención que necesitan. Como le dije a mi marido el día que las conocí, sentí lo mismo en la sala de partos cuando tuve a mis hijos biológicos : ‘Ahí estás, voy a amarte para siempre’”.
Fuente: TN sociedad.
Guadalupe de visita en el sur con Gabriela, Rafael y Francisco. Foto: Gentileza de la familia.
Rafael y Gabriela se conocieron en Córdoba en 2007. Desde el principio de la relación hablaron del deseo de ser padres. “Al poco tiempo de intentarlo, nos dieron un diagnóstico de infertilidad. Hicimos tres tratamientos porque nuestro objetivo era formar una familia. En el último, mientras esperábamos el resultado, me enteré de una convocatoria pública en la que buscaban una familia para un nene de siete años en La Plata”, cuenta Gabriela a Somos Familia.
En ese momento, ellos vivían en Río Gallegos. En 2010 se casaron y en 2011 decidieron cambiar de ciudad para probar suerte y seguir con el objetivo de convertirse en padres. “La convocatoria pública la vi en la página del Grupo ‘Ser Familia por Adopción’. Era de un juzgado de La Plata. Se trataba de un chico de siete años con discapacidad”.
Gabriela recuerda que estaba tan ansiosa que se contactó con los números que figuraban en la convocatoria sin siquiera haberlo charlado con su marido. “Fue muy movilizante porque habíamos decidido no hacer más tratamientos de fertilidad, pero todavía no estábamos inscriptos para adoptar”.
“Recuerdo que lo único que pregunté fue si tenía una discapacidad motriz o si se podía mover por su cuenta porque yo tengo muy poca fuerza y era una limitación para mí. También consulté si el niño se podía comunicar de alguna manera ya fuera verbal o gestual. Me respondieron que caminaba y que hablaba un montón”.
La convocatoria había sido lanzada en enero de 2014, pero junto con su marido, ellos tenían pedidas las vacaciones para marzo, con lo cual, Gabriela organizó una cita con el juzgado para dos meses después del llamado. “Tuvimos que esperar ese tiempo para viajar y además, primero fui yo sola y a la semana se pudo sumar Rafael”.
Gabriela y Fran en Recoleta de paseo. Foto: gentileza de la familia.
Una voluntaria de Casa Cuna, el nexo y la madrina
“En el juzgado no sabían demasiado sobre el niño. Recuerdo que durante la entrevista les pregunté algunas cosas para saber más sobre él y no tenían respuesta. Fue ahí que me hablaron de un vínculo fundamental que tenía Francisco. Guadalupe había sido voluntaria en Casa Cuna durante los primeros años que Fran estuvo allí y tenían una relación muy cercana”, explica Gabriela.
Lo había visto de bebé y en todos sus procesos. Tal era el lazo que habían generado que le había pedido permiso al juez para llevarlo a su casa los fines de semana. «Fue clave no solo por el amor y la contención que le dieron tanto ella como su familia, sino porque ayudaron al nene a socializar, a conocer el mundo fuera de una institución. Le festejó los cumpleaños, y compartieron juntos la Navidad”.
Gabriela explica que Guadalupe fue quien salvó a su hijo del aislamiento cuando fue trasladado a los cuatro años de Casa Cuna a otro hogar en donde afirma que ni siquiera estaba escolarizado. “Me conecto con ella y le cuento en el medio de la charla que al día siguiente era mi cumpleaños. Me ofreció celebrarlo en su casa e invitar a Francisco. La idea era que él me conociera en ese contexto familiar para él y que pensara que yo era una amiga de ella a la que había decidido festejarle el cumpleaños”.
Más allá de la ansiedad y la emoción de haberlo conocido, Gabriela quería ser precavida porque todavía faltaba que llegara Rafael y ver cómo era el vínculo entre ellos. “Tenía miedo de que no fuera la misma conexión, pero al segundo día, ya le decía papá. Siempre había estado rodeado de mujeres y era evidente que quería una figura masculina en su vida”.
Ahora, después de seis años de ese primer encuentro con su hijo, ella describe ese primer abrazo que se dieron el día de su cumpleaños y cómo juntos soplaron la velita. “Fue todo muy movilizante, rodeada de esta familia que era la familia extensa Fran. Yo lo acepté así, son parte de nuestra familia”.
«A la semana llegó mi marido y en el juzgado nos dieron oficialmente la posibilidad de hacer la vinculación. La primera vez que salimos fue caótico, hizo todas las macanas como para mostrarnos quién era. Cuando volvimos a la casa donde nos estábamos quedando, supimos que no había otra opción para nosotros, íbamos a volver los tres juntos a Río Gallegos”.
Fueron 20 días de vinculación, los que tenía la pareja de vacaciones les sirvieron para conocerse con su hijo. “Guadalupe nos cedió su casa, su familia preparó el ambiente para que nos sintiéramos cómodos y pudiéramos vincularnos en un ambiente amoroso”.
Gabriela destaca el amor que se tienen Francisco y Guadalupe y todo lo que tanto ella como la mamá y el hermano -que siempre fueron como una abuela y un tío para él -le brindaron. “Guadalupe nos contó que con su familia siempre rezaban para que Fran encontrara una familia. Nos dio fotos de mi hijo desde bebé, de todos los años hasta que cumplió siete, de los cumpleaños y de muchos otros momentos importantes en su vida en los que ella siempre estuvo presente”.
“Nosotros respetamos y celebramos ese amor, tanto que decidimos que ella fuera la madrina de bautismo. En el verano nos encontramos en Córdoba para las vacaciones y siempre que se puede ella viaja a vernos. Fran la extraña en esta época de pandemia y me dice ‘hace mucho que no la vemos’”.
El bautismo de Fran, junto con Gabriela y Rafael, sus papás. Foto: gentileza de la familia.
Empezar la vida de a tres en el sur
Después de pasar esos días juntos, Rafael se volvió en auto a Río Gallegos y Gabriela con Fran regresaron en avión. “Al llegar a casa fue otra la situación. Nos habían dado el diagnóstico de TGD, pero a mí no me decía nada, porque agrupa demasiadas cuestiones, no habla de la persona. Yo soy psicóloga y necesito descubrir la individualidad”, aclara.
El cambio para todos, pero especialmente para Fran fue muy grande, desde dejar una vida institucionalizado por una casa y una familia, hasta lo climático que no tiene nada que ver con lo que él conocía. “Llegamos un 29 de marzo y el 1 de abril ya habíamos acordado un turno con la psiquiatra para que lo evaluara. Desde los 3 años recibía una medicación, pero yo creía que tenía que ser reevaluado porque era otra su situación”.
Al principio no fue fácil porque él se enojaba mucho con ellos, pero todo formaba parte del proceso de comenzar la vida juntos. «Conseguimos el certificado único de discapacidad y que la obra social se hiciera cargo de todas las terapias y apoyos necesarios. En el imaginario, la gente piensa que para adoptar tenés que tener mucha plata pero no es así, nosotros en ese momento alquilábamos y teníamos un solo auto. Lo importante cuando se trata de adopciones de chicos con discapacidad es tener una obra social que responda a los tratamientos”.
Además de consultar a expertos en el sur, la familia viajó a Buenos Aires para hacer estudios en el Fleni. Allí les confirmaron que no tenía ningún rasgo de conducta autista y que sí tenía era un cuadro de hiperactividad marcada por la crianza, durante esos primeros años, en una institución en la que no estaba cuidado. “Hoy trabajan con Fran un profesor de educación física, hacemos equinoterapia y abordamos desde muchos lugares la situación porque por un lado es un niño, y por otro un adolescente de 13 años con todo el hormonazo”.
El primer abrazo juntos. Gabriela y Francisco. Foto: gentileza de la familia.
Un hogar para otros chicos, el sueño de Guadalupe
“A Francisco lo conocí cuando tenía seis meses, él vivía en Casa Cuna de La Plata y yo era voluntaria ahí. A los cuatro años lo cambiaron de hogar. Como en ese lugar no lo podían contener, lo trasladaron a otro. Pasaban los años y como veía que la situación no se resolvía, empecé a involucrarme en el caso judicial. Yo lo seguía yendo a visitar y lo traía a mi casa a dormir. Mi familia siempre involucrada con él porque pasaba todos los fines de semana con nosotros, yo lo llevaba a donde iba. Traté de encontrarle una familia, pero no hay muchos que acepten chicos con discapacidad. Me contacté con varias parejas pero ninguno aceptaba la discapacidad de Fran”, cuenta Guadalupe.
Finalmente, el juzgado lanzó la convocatoria pública y allí fue que conoció a los papás de Fran y todo cambió. Para ella, fue casi milagroso que llegaran desde tan lejos y se convirtieran en los padres de Francisco. “Somos una gran familia. Nos visitamos, nos hemos encontrado de vacaciones. Nunca hubiera pensado que la historia iba a tener este final, me da mucha felicidad porque pasaron miles de cosas en la vida de él hasta que aparecieron Gaby y Rafa”.
A partir de la dinámica que conoció como voluntaria en diferentes hogares y particularmente por la experiencia de Fran y otros chicos, en 2012 surgió -junto con otras compañeras- la idea de fundar un hogar de chicos brindando una propuesta familiar. “Un poco en contra de la institucionalización sobre todo en edades tan tempranas, nos propusimos un modelo diferente con personas estables, con pocos chicos para poder darles un trato personalizado, con sus cosas para que sientan la pertenencia. Estuvimos dos años con el papeleo y juntando socios que se sumaran al proyecto. En 2014 gracias a un grupo de gente que se ofreció como garante y para pagar el alquiler, logramos abrir el hogar Felicitas».
«Además. En 2017 logramos formar el programa de familias transitorias para aquellos que tienen una situación que tiene que resolverse judicialmente. En el caso de Fran, se podría haber decretado la adoptabilidad desde el día que nació. Por eso y para que ningún otro chico pase por la misma situación estamos trabajando. Queremos que los chicos tengan esa oportunidad de conseguir su familia”.
Luis siempre había soñado con ser papá y desde 2010, junto a Luján, intentaron cumplirlo. En 2018, a Lucas y Candela, se sumaron Valentina, Mía y Guada que esperaron, en un hogar de Santiago del Estero, dos años para tener una familia.
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Cuando Luján se reencontró con Luis en Santiago del Estero, ella ya era mamá de Lucas y Candela. Ambos estaban separados y él le contó que no podía tener hijos biológicos, pero que soñaba con ser papá. “Primero fuimos amigos en la secundaria, después socios y al final nos enamoramos y formamos una familia”, cuenta Luján a TN.com.ar.
“Nací en Tucumán, hice la primaria en Buenos Aires y la secundaria en Santiago del Estero porque de allí era mi papá. Mi marido Luis, o ‘Piri’ como le dicen, era mi compañero de clase y mi mejor amigo. Cuando terminamos la escuela, él se fue a estudiar para infante de marina. Un tiempo después, a mí me marcó un accidente de tránsito en el que murieron mi papá, tres de mis hermanos y mi sobrinita. Quedamos mi mamá, mi hermana y yo. Las dos nos casamos y quedamos embarazadas muy jovencitas. Creo que para devolverle un poco de felicidad con los nietos a mamá”, recuerda.
Aunque se casó, tuvo a sus hijos y se fue a vivir a Tucumán, seguía encontrándose a Piri cuando iba a Santiago del Estero y se reunía con amigos del colegio. “Mi matrimonio anterior duró ocho años. Con mi ex teníamos una buena relación, pero él trabajaba fuera de la ciudad y nos veíamos solo los fines de semana. Cuando mi segunda hija, Candela, estaba por cumplir dos años le pusimos punto final, nos divorciamos y me mudé con mis hijos a Santiago del Estero”.
Allí, se encontró con su amigo de toda la vida que se había retirado de la infantería de marina, después de ser condecorado por unirse a la misión de los Casos Azules en la Guerra del Golfo. Piri, tras diez años de casado, había empezado los trámites del divorcio. “Como sabía que tenía una empresa de seguridad, le propuse que nos asociáramos para armar una más grande juntos . De amigos, pasamos a socios y después de un tiempo me di cuenta de que me había empezado a gustar. En 2010 no pusimos de novios”.
No solo era una relación de novios, ella tenía a Lucas y Candela: “Cande tenía 6 años cuando empezamos la relación y -obviamente- mis hijos lo conocían de antes, pero el vínculo entre ellos se fue construyendo con el tiempo. De a poco se fueron queriendo cada vez más. Al año nos fuimos a vivir juntos”.
El anhelo de Luis de paternar
Aunque no podía tener hijos biológicos, “Piri” le transmitió a Luján su deseo de ser padre. “Yo le había preguntado más de una vez si quería tener hijos y él me contestaba que anhelaba ser papá, enseñarle a alguien, brindarle la oportunidad de una familia a un alguien”.
Si bien los hijos de Luján tenían una relación excelente con su papá, generaron con el tiempo un vínculo muy fuerte con Luis. “Siempre le digo a mi marido que él fue padre adoptivo antes que yo. Los chicos dicen que tienen al biológico y a Piri, el del corazón”.
El haber sido primero amigos facilitó el diálogo, siempre sincero entre ellos. “Yo ya había sido madre, y reconozco que no la pasaba bien en el embarazo. Siempre decía que si me salteaba eso, podía tener diez hijos. Por otra parte, ya había tenido el varón y la nena, pero nunca en esa ecuación había pasado por mi mente que me iba a enamorar y soñar con tener más hijos con esa persona”.
Agrandar la familia
Cuenta que una vez que decidieron embarcarse en el proyecto de tener un hijo, primero barajaron la posibilidad de intentarlo con un tratamiento en el que ella quedara embarazada de un donante. Durante el proceso, descubrieron que tenía un problema en las trompas. “Hicimos una inseminación in vitro que no dio resultado y como siempre había estado en nuestros planes la idea de adoptar, nos enfocamos en eso”.
La pareja reconoce que no sabían mucho de adopción, pero que el deseo de él de ser papá los llevó a lograrlo. “Para eso, tenían que salir los trámites del divorcio de Luis. En ese entonces, vivíamos en concubinato y la ley- no se había modificado el Código Civil- no nos permitía hacerlo juntos, así que primero nos anotamos por separado».
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“Yo era divorciada, pero en los papeles vivía con un extraño y desde el juzgado me decían que no podían entregarme a una criatura en ese contexto. No bajamos los brazos y pese a que yo no me quería casar, acepté hacerlo si esa era una condición indispensable para anotarnos juntos”.
Todo se demoraba por los trámites: «Siempre decimos que el divorcio de él fue el más largo de toda la Argentina. A nosotros no nos llevo tanto tiempo la adopción, pero sí el divorcio. Lo más terrible es que nuestras nenas podrían haber estado con nosotros mucho tiempo antes”.
Cuando llegó la noticia sobre los cambios en el Código Civil, ya se habían presentado juntos con la carpeta en el registro de Santiago del Estero. “Pasaron millones de cosas en el medio, pero todo el tiempo que transcurrió, los años de espera, hicieron que nos interiorizáramos más en el tema y nos dio otra perspectiva gracias al grupo Ser Familia por Adopción. Yo empecé a estudiar psicología y tuve la suerte de conocer a la actual directora de hogar de adolescente Sandra Alieno, que en ese momento era profesora de una materia de la facultad y trabajaba en el instituto. Le comenté que queríamos adoptar y ella nos permitió conocer la realidad de los niños que vivían ahí”.
“Un día les llevé unos juegos de sábanas para las camas del hogar y conocí algo de la realidad de las chicas. Volví a casa con una sensación extraña y hablé con Luis sobre la situación de los niños que viven en hogares y la importancia de que adoptáramos a un niño más grande.
Haber visto cómo vivían en el hogar, marcó su camino. “Presentamos una carta en el Registro Único de Adoptantes de Santiago del Estero, sumamos una foto de la familia y contamos qué intenciones teníamos. Allí explicamos que queríamos dar la oportunidad a los chicos más grandes. Nosotros habíamos pasado muchas cosas feas en nuestra niñez y entendíamos que no teníamos la culpa, como tampoco la tienen los menores que viven en los hogares. Ellos no tienen la culpa de haber llegado ahí».
Pese a que ya regía la posibilidad del “divorcio exprés”, a ellos no les salió porque la jueza quería que se hiciera con el expediente y la ley vieja. “Nosotros ganamos tiempo y empezamos a hacer los talleres del RUA. Ahí los profesionales daban charlas sobre diversas temáticas para explicar lo que realmente significa adoptar y descubrimos que el denominador común de casi todas las parejas era que querían un bebé. El equipo se esforzaba por concientizar sobre la adopción de chicos más grandes, pero los postulantes contaban su deseo de que fuera un bebé o que no tuviera más de dos o tres años, máximo cinco”.
El hecho de haber sido madre antes, hizo que Luján tuviera otra mirada: “Para mí que hablaran de niños de 13 o 14 años como si fueran adultos me parecía un absurdo. Que nadie los quiere porque ‘son grandes’. Grandes de qué. Siguen siendo niños. Nosotros en la carta inicial que presentamos con fines adoptivos indicamos que nos ofrecíamos para niños más grandes y hasta tres hermanos porque pensamos que donde comen dos, comen tres”.
“La única salvedad que hice fue que los chicos no tuvieran una discapacidad dependiente como una parálisis cerebral porque no me sentía capacitada para hacerme cargo, pero por lo demás, no teníamos ningún pero. La gente del RUA sabía que estábamos dispuestos a adoptar un grupo de hermanitos».
“No sos rubia”
“Habíamos esperado más de siete años para conseguir el maldito papel que faltaba para poder completar nuestra carpeta: el del divorcio de Piri. Cuando por fin la tuvimos lista, fuimos evaluados y tuvimos nuestro ansiado Apto. Una persona que siempre nos acompañó es Claudia Juárez que es actualmente la directora de la DINAF”.
En menos de una semana ya habían tenido entrevistas con las psicólogas y trabajadoras sociales y les aseguraron que tendrían novedades rápìdo. El 28 de agosto los llamó Carolina Agüero, la directora del RUA, para contarles sobre tres hermanitas que estaban en el hogar. “Teníamos que ir al juzgado de La Banda para dar nuestra respuesta formal de la intención de querer conocer a las nenas. Ahí nos esperaba la jueza Taboada – con una sonrisa de oreja a oreja-. En unos minutos la oficina estaba llena : jueza , gente del RUA , del hogar de niños, nosotros. Era como una minicumbre de potencias representantes de algo enorme por suceder”.
Enseguida la titular del juzgado de familia de La Banda les preguntó si querían conocer a las nenas y ellos no dudaron. Nos confiaron que las chicas estaban muy ansiosas y que si podíamos, el encuentro se podía concretar esa tarde. “La jueza Taboada redactó el acta y salimos con taquicardia. Llegó la hora acordada y fuimos al encuentro. Habíamos quedado en ir al Centro Cultural de Santiago del Estero que queda en pleno centro y tiene un bar muy lindo”.
“Cruzar la puerta se convirtió en una escena en cámara lenta. Allí estaba ellas, a 10 metros de nosotros tomadas de la mano de las asistentes y trabajadora social que supervisaban los encuentros”.
«Mamá, papá gritaron mientras se echaron en nuestros brazos. Lloramos un montón y eso que habíamos acordado con mi marido no hacerlo para no asustarlas, pero la emoción era muy fuerte. En medio de todas esas emociones, la del medio me dijo ‘no sos rubia’, y yo le contesté ‘vos no tenés rulos’”, recuerda Luján.
A partir de ese momento empezó el período de vinculación. «Te emocionás, las mimás, vas a los parques, a los jueguitos. Las pasábamos a buscar por la escuela, íbamos a merendar y al final, cuando nos autorizaron desde el juzgado, venían a cenar a casa y después las teníamos que llevar al hogar que era todo un llanto porque querían quedarse con nosotros. Eso aceleró los trámites y el 7 de septiembre de 2018 les otorgaron la guarda con fines adoptivos y seis meses después la jueza nos recibió y nos dijo que habían hecho un seguimiento y que les daba la adopción plena y que podíamos labrar las actas de nacimiento”.
Un dato que a Luján le parece importante destacar es la diferencia entre las experiencias de cada una de sus hijas después de dos años de vivir en un hogar. “El rechazo a los más grandes es lo más doloroso. La más chiquita se la pasaba con familias de acogida porque era un bebé, la del medio -como parece más chiquita- también la pasaban a buscar para pasear, pero a Vale que es la más grande, no la llevaban a ningún lado. Nos contó que solo una vez una pareja la fue a visitar y la invitó a pasear”.
Para siempre juntos
“Primero te enamorás de la idea, después empieza la construcción del vínculo y como padre, tenés la responsabilidad de demostrarle que los elegís para siempre. Si no estás preparado, preparate porque primero es la luna de miel con mamá y papá y después, lógicamente, vienen las otras etapas donde surgen sus historias de vida y tenés que estar a la altura de poder acompañarlos. Es una montaña rusa. Una de cal y una de arena”.
“Con cada una llevó su tiempo la construcción del vínculo. ‘Mamá y papá, te amo un montón’ está desde el comienzo pero el abrazo del click y la mirada diferente de cuando ellos te sienten su mamá existe. Me acuerdo perfecto cómo fue con cada una. Valentina hoy tiene 10 años y no le gustaba que la toquen los hombres. Fue una emoción total después de ocho meses de convivencia cuando se acercó a su papá que estaba sentado y lo abrazó por la espalda. Ella lo adoptó a él”.
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“La china, la del medio, un día de la nada me preguntó por qué tardé tanto en ir a buscarla al hogar. Son esos momentos sublimes con cada una de mis hijas que tienen un pasado, que pasaron muchas cosas, que llegaron con miedos, pero que nos llenaron de amor y construímos entre todos esta familia».
Antes de terminar la nota, esta mamá de cinco cuenta una anécdota para que se entienda cómo es esto de ser una familia por adopción. “Era el primer cumpleaños al que iba una de las nenas, el resto de las mamás me hicieron la pregunta de por qué habíamos adoptado tres, cuando ya tenía hijos. Yo trataba de explicarles que se trata de brindar una familia y no “conseguir” un chico. Me sentí bien porque todas despejaron dudas y algunos preconceptos sobre las familias por adopción».
El resultado es el amor asegurado, esta mamá lo explica muy bien: «Dios nos dio la bendición de que seamos nosotros quienes les podamos brindar a mis hijas todo el amor y la contención que necesitan. Como le dije a mi marido el día que las conocí, sentí lo mismo en la sala de partos cuando tuve a mis hijos biológicos : ‘Ahí estás, voy a amarte para siempre’”.
Fuente: TN sociedad.
Guadalupe de visita en el sur con Gabriela, Rafael y Francisco. Foto: Gentileza de la familia.
Rafael y Gabriela se conocieron en Córdoba en 2007. Desde el principio de la relación hablaron del deseo de ser padres. “Al poco tiempo de intentarlo, nos dieron un diagnóstico de infertilidad. Hicimos tres tratamientos porque nuestro objetivo era formar una familia. En el último, mientras esperábamos el resultado, me enteré de una convocatoria pública en la que buscaban una familia para un nene de siete años en La Plata”, cuenta Gabriela a Somos Familia.
En ese momento, ellos vivían en Río Gallegos. En 2010 se casaron y en 2011 decidieron cambiar de ciudad para probar suerte y seguir con el objetivo de convertirse en padres. “La convocatoria pública la vi en la página del Grupo ‘Ser Familia por Adopción’. Era de un juzgado de La Plata. Se trataba de un chico de siete años con discapacidad”.
Gabriela recuerda que estaba tan ansiosa que se contactó con los números que figuraban en la convocatoria sin siquiera haberlo charlado con su marido. “Fue muy movilizante porque habíamos decidido no hacer más tratamientos de fertilidad, pero todavía no estábamos inscriptos para adoptar”.
“Recuerdo que lo único que pregunté fue si tenía una discapacidad motriz o si se podía mover por su cuenta porque yo tengo muy poca fuerza y era una limitación para mí. También consulté si el niño se podía comunicar de alguna manera ya fuera verbal o gestual. Me respondieron que caminaba y que hablaba un montón”.
La convocatoria había sido lanzada en enero de 2014, pero junto con su marido, ellos tenían pedidas las vacaciones para marzo, con lo cual, Gabriela organizó una cita con el juzgado para dos meses después del llamado. “Tuvimos que esperar ese tiempo para viajar y además, primero fui yo sola y a la semana se pudo sumar Rafael”.
Gabriela y Fran en Recoleta de paseo. Foto: gentileza de la familia.
Una voluntaria de Casa Cuna, el nexo y la madrina
“En el juzgado no sabían demasiado sobre el niño. Recuerdo que durante la entrevista les pregunté algunas cosas para saber más sobre él y no tenían respuesta. Fue ahí que me hablaron de un vínculo fundamental que tenía Francisco. Guadalupe había sido voluntaria en Casa Cuna durante los primeros años que Fran estuvo allí y tenían una relación muy cercana”, explica Gabriela.
Lo había visto de bebé y en todos sus procesos. Tal era el lazo que habían generado que le había pedido permiso al juez para llevarlo a su casa los fines de semana. «Fue clave no solo por el amor y la contención que le dieron tanto ella como su familia, sino porque ayudaron al nene a socializar, a conocer el mundo fuera de una institución. Le festejó los cumpleaños, y compartieron juntos la Navidad”.
Gabriela explica que Guadalupe fue quien salvó a su hijo del aislamiento cuando fue trasladado a los cuatro años de Casa Cuna a otro hogar en donde afirma que ni siquiera estaba escolarizado. “Me conecto con ella y le cuento en el medio de la charla que al día siguiente era mi cumpleaños. Me ofreció celebrarlo en su casa e invitar a Francisco. La idea era que él me conociera en ese contexto familiar para él y que pensara que yo era una amiga de ella a la que había decidido festejarle el cumpleaños”.
Más allá de la ansiedad y la emoción de haberlo conocido, Gabriela quería ser precavida porque todavía faltaba que llegara Rafael y ver cómo era el vínculo entre ellos. “Tenía miedo de que no fuera la misma conexión, pero al segundo día, ya le decía papá. Siempre había estado rodeado de mujeres y era evidente que quería una figura masculina en su vida”.
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Ahora, después de seis años de ese primer encuentro con su hijo, ella describe ese primer abrazo que se dieron el día de su cumpleaños y cómo juntos soplaron la velita. “Fue todo muy movilizante, rodeada de esta familia que era la familia extensa Fran. Yo lo acepté así, son parte de nuestra familia”.
«A la semana llegó mi marido y en el juzgado nos dieron oficialmente la posibilidad de hacer la vinculación. La primera vez que salimos fue caótico, hizo todas las macanas como para mostrarnos quién era. Cuando volvimos a la casa donde nos estábamos quedando, supimos que no había otra opción para nosotros, íbamos a volver los tres juntos a Río Gallegos”.
Fueron 20 días de vinculación, los que tenía la pareja de vacaciones les sirvieron para conocerse con su hijo. “Guadalupe nos cedió su casa, su familia preparó el ambiente para que nos sintiéramos cómodos y pudiéramos vincularnos en un ambiente amoroso”.
Gabriela destaca el amor que se tienen Francisco y Guadalupe y todo lo que tanto ella como la mamá y el hermano -que siempre fueron como una abuela y un tío para él -le brindaron. “Guadalupe nos contó que con su familia siempre rezaban para que Fran encontrara una familia. Nos dio fotos de mi hijo desde bebé, de todos los años hasta que cumplió siete, de los cumpleaños y de muchos otros momentos importantes en su vida en los que ella siempre estuvo presente”.
“Nosotros respetamos y celebramos ese amor, tanto que decidimos que ella fuera la madrina de bautismo. En el verano nos encontramos en Córdoba para las vacaciones y siempre que se puede ella viaja a vernos. Fran la extraña en esta época de pandemia y me dice ‘hace mucho que no la vemos’”.
El bautismo de Fran, junto con Gabriela y Rafael, sus papás. Foto: gentileza de la familia.
Empezar la vida de a tres en el sur
Después de pasar esos días juntos, Rafael se volvió en auto a Río Gallegos y Gabriela con Fran regresaron en avión. “Al llegar a casa fue otra la situación. Nos habían dado el diagnóstico de TGD, pero a mí no me decía nada, porque agrupa demasiadas cuestiones, no habla de la persona. Yo soy psicóloga y necesito descubrir la individualidad”, aclara.
El cambio para todos, pero especialmente para Fran fue muy grande, desde dejar una vida institucionalizado por una casa y una familia, hasta lo climático que no tiene nada que ver con lo que él conocía. “Llegamos un 29 de marzo y el 1 de abril ya habíamos acordado un turno con la psiquiatra para que lo evaluara. Desde los 3 años recibía una medicación, pero yo creía que tenía que ser reevaluado porque era otra su situación”.
Al principio no fue fácil porque él se enojaba mucho con ellos, pero todo formaba parte del proceso de comenzar la vida juntos. «Conseguimos el certificado único de discapacidad y que la obra social se hiciera cargo de todas las terapias y apoyos necesarios. En el imaginario, la gente piensa que para adoptar tenés que tener mucha plata pero no es así, nosotros en ese momento alquilábamos y teníamos un solo auto. Lo importante cuando se trata de adopciones de chicos con discapacidad es tener una obra social que responda a los tratamientos”.
Además de consultar a expertos en el sur, la familia viajó a Buenos Aires para hacer estudios en el Fleni. Allí les confirmaron que no tenía ningún rasgo de conducta autista y que sí tenía era un cuadro de hiperactividad marcada por la crianza, durante esos primeros años, en una institución en la que no estaba cuidado. “Hoy trabajan con Fran un profesor de educación física, hacemos equinoterapia y abordamos desde muchos lugares la situación porque por un lado es un niño, y por otro un adolescente de 13 años con todo el hormonazo”.
El primer abrazo juntos. Gabriela y Francisco. Foto: gentileza de la familia.
Un hogar para otros chicos, el sueño de Guadalupe
“A Francisco lo conocí cuando tenía seis meses, él vivía en Casa Cuna de La Plata y yo era voluntaria ahí. A los cuatro años lo cambiaron de hogar. Como en ese lugar no lo podían contener, lo trasladaron a otro. Pasaban los años y como veía que la situación no se resolvía, empecé a involucrarme en el caso judicial. Yo lo seguía yendo a visitar y lo traía a mi casa a dormir. Mi familia siempre involucrada con él porque pasaba todos los fines de semana con nosotros, yo lo llevaba a donde iba. Traté de encontrarle una familia, pero no hay muchos que acepten chicos con discapacidad. Me contacté con varias parejas pero ninguno aceptaba la discapacidad de Fran”, cuenta Guadalupe.
Finalmente, el juzgado lanzó la convocatoria pública y allí fue que conoció a los papás de Fran y todo cambió. Para ella, fue casi milagroso que llegaran desde tan lejos y se convirtieran en los padres de Francisco. “Somos una gran familia. Nos visitamos, nos hemos encontrado de vacaciones. Nunca hubiera pensado que la historia iba a tener este final, me da mucha felicidad porque pasaron miles de cosas en la vida de él hasta que aparecieron Gaby y Rafa”.
A partir de la dinámica que conoció como voluntaria en diferentes hogares y particularmente por la experiencia de Fran y otros chicos, en 2012 surgió -junto con otras compañeras- la idea de fundar un hogar de chicos brindando una propuesta familiar. “Un poco en contra de la institucionalización sobre todo en edades tan tempranas, nos propusimos un modelo diferente con personas estables, con pocos chicos para poder darles un trato personalizado, con sus cosas para que sientan la pertenencia. Estuvimos dos años con el papeleo y juntando socios que se sumaran al proyecto. En 2014 gracias a un grupo de gente que se ofreció como garante y para pagar el alquiler, logramos abrir el hogar Felicitas».
«Además. En 2017 logramos formar el programa de familias transitorias para aquellos que tienen una situación que tiene que resolverse judicialmente. En el caso de Fran, se podría haber decretado la adoptabilidad desde el día que nació. Por eso y para que ningún otro chico pase por la misma situación estamos trabajando. Queremos que los chicos tengan esa oportunidad de conseguir su familia”.
Fuente: tn.com.ar