Por Yanina Sibona – 12/10/2018
Luciano tiene 26 años, hace 14 Laura se convirtió en su mamá. El testimonio de un adolescente adoptado que explica que para generar el vínculo padres e hijos tienen que reconocer que traen la mochila de su vida anterior.
A diferencia de lo que generalmente se piensa sobre los encuentros de los chicos con sus futuros padres, Luciano quiere aclarar que su mamá, muchas veces, remarca la dureza y la desconfianza con la que la miró en ese primer momento juntos. «Quizás ella esperaba que yo me le colgara, pero no fue así. Creo que la historia de cada uno nos marca como somos. No se me movió todo adentro. Me tomé el proceso con tranquilidad. Me estaba pasando algo hermoso que era tener una familia, pero me habían advertido que por mi edad, tenía que contemplar que posiblemente fuera la única que tuviera interés en mí. La gente no adopta niños adolescentes porque tienen ese prejuicio de ‘de dónde vienen esos chicos’. En mi caso, cuando nos fuimos a pasear por primera vez, los traté como lo que eran, desconocidos. No había mucho para expresar porque además, jugaban los nervios. No querés hacer algo que al otro le caiga mal«, recuerda.
Todo llevó su tiempo. Luciano reconoce que desconfiaba de los adultos y que atravesó un proceso hasta que se sintió cómodo. «A partir de los encuentros se fueron desarrollando las emociones. Todo en la medida en que el otro te da el espacio. Por momentos, pienso que fui bastante inconsciente. En tres o cuatro encuentros me quedé dormido en el auto y después me ponía a andar en bicicleta sin hablar. Cuando fui a la casa por primera vez, estaban ellos y un hijo mayor también adoptivo, que ya estaba casado. Recuerdo que era el día del padre, yo ni siquiera sabía que se festejaba eso, fue un acontecimiento para mí«.
Luciano quiere destacar Luciano que el proceso de adopción es de las dos partes. Tanto el hijo como los padres tienen que entender que todos tenemos un pasado. Ambos recuerdan un momento clave en la vinculación que fue cuando Luciano sintió la pertenencia a la familia. «Fuimos al supermercado para comprar las viandas para la merienda en la escuela. Cuando abrí el paquete pude detectar que había un sentimiento hacia ellos y lo que significaba que hubiéramos ido juntos a comprarla, ellos eran mi familia».
Laura coincide con su hijo y recuerda que cuando lo conocieron con su marido, ellos también se preguntaban qué le iba a pasar a Luciano con ellos: «Es un aprendizaje, no siempre el amor se da primera vista. Al principio es tal la sorpresa y el miedo que el primer momento de vinculación es complicado. Después, se va construyendo el amor familiar, hace 14 años que somos familia».
Siempre cuentan la anécdota del primer día que salieron a dar una vuelta. Le quisieron comprar un chocolate en el kiosco y Luciano dijo que no porque había tenido hepatitis. «Después descubrimos que comía muchísimo chocolate, él quería quedar bien. Tenía una gran desconfianza y, además, era el mayor de cinco hermanitos que estaban también institucionalizados. El juez había decido que la adopción fuera por separado y él sentía la responsabilidad de ser el más grande. Después, cuando cada uno fue adoptado por diferentes padres, continuaron con el vínculo y nosotros también entablamos una relación con los papás de los hermanos de nuestro hijo», detalla Laura.
Hoy, con 26 años, Luciano reconoce que, por momentos, le cuesta ser hijo. «Trato de arreglarme yo mismo. Muchas veces no la dejo hacer de madre. Pero hace algunos años, empecé a dejarla. Ella cocina muy rico y cada vez que necesito hablar, ella está. Trato de que sea mi cable a tierra. Recién a los dos o tres años le confesé que sentía que tenía una familia. Tengo la limitación de contar en el momento adecuado lo que me pasa».
Laura y su hijo comparten una complicidad y un amor que se percibe cuando se miran, cuando se escuchan. Reconocen que les llevó tiempo aceptarse, pero que se eligieron para siempre. «Conocer a un hijo a la edad que yo conocí a Luchi es una tarea complicada. No es imposible. Somos madre e hijo. La mayor dificultad fue conocernos. Después, vivimos todas esas situaciones que viven todas las familias. Lo que puedo garantizar es que el vínculo es indestructible. Cuando era chiquito, Luchi me preguntó: ‘Qué tendría que hacer yo para que ustedes me devuelvan (al hogar)’. En mi cabeza, no existía ninguna situación por la que pudiera darse esa posibilidad. Era mi hijo».
Hoy, Laura siente que el esfuerzo de ambos valió la pena: «Esa situación en la que él me da consejos y me protege demuestra que nuestra familia se conformó y que estamos muy involucrados el uno con el otro«.
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