Vinculación adoptiva: un puente a construir (parte I)

(Parte I)

Cuando una familia es convocada por un juzgado para conocer a uno o más niños, niñas o adolescentes, se dice que se va a iniciar una vinculación. En tiempos de inmediatez, donde muchas cosas se logran a través de la tecla ‘enter’, se suele creer que a partir de ese momento los adultos “ya tienen los hijos que tanto deseaban” y que los niños “ya tienen el padre y/o la madre que quieren”.

En este encuentro de profundos desconocidos, nada será instantáneo. Todo está por construirse.

Decíamos que a este proceso socio afectivo se lo  denomina ‘vinculación’. Pero creo que esta forma de llamarlo nos confunde, nos juega una mala pasada. Vínculo significa “unión o atadura de una persona con otra”. Este es el final del proceso, no el inicio. Esta es la meta a la que se quiere llegar, no es lo que sucede al comenzar.
Lo que van a vivir a partir de esa confluencia no es un “vínculo”, en el sentido de aquello que se consigue a poco de andar. Van a transitar un proceso que tiene distintos momentos, que se dan en un tiempo propio, que tienen una estructura lógica pero que no se cumplen necesariamente de manera cronológica. Inclusive se pueden presentar desordenados y confusos.
Para poder hacer visible este proceso, lo vamos dividir en tres momentos que denominaremos: “primer encuentro/contacto; inicio de una relación afectiva y vinculación afectiva”.

Primer encuentro/contacto: Suele ser presentado como un momento mágico, con una afectividad que desborda, con sensaciones endulzadas. Esto podría manifestarse de esta forma con niños de la primera infancia, porque están más cerca del proyecto de adopción idealizado. Sin embargo, hay que saber que la inmensa mayoría de estos niños, están apegados a determinados adultos (de la familia de abrigo o de la institución de niñez) en quienes confían y que no conocen de razones para separarse de ellos. Los llantos y extensión de los brazos buscando a los guardadores, tiene que ser aceptado por los adoptantes como una manifestación de miedo a lo desconocido y no como una herida narcisista.

Con chicos de la segunda infancia, púberes y adolescentes, suele ser un momento de cierta tensión, expectativas, temores, miedos e incertidumbres. De no saber qué me va a pasar, ni saber lo que le está pasando al otro. Este primer encuentro es un encuentro entre extraños. No son niños que se van a encontrar con sus padres, ni los adoptantes se van a encontrar con sus hijos. Es un primer contacto. Si de este primer encuentro -que no conviene que sea muy largo- se da una vivencia empática, de cierta fluidez en el diálogo, en el juego y en el contacto, a partir de aquí hay que empezar a construir algo que no viene dado. Y la única forma de construirlo es a través de la presencia, la continuidad y la permanencia de este contacto. Los niños suelen estar en Hogares o familias temporarias o de abrigo. Entiendo que es imprescindible que a partir de aquí haya algún tipo de contacto (presencial o virtual) todos los días. Es para cimentar un apego con estos nuevos adultos y un desapego del lugar en donde está viviendo en ese momento.
Esta continuidad en el contacto llevará a fundar una relación, donde ‘el otro pasa a ser confiable, significativo y al mismo tiempo, siento que soy significativo para el otro’. En el marco de esta relación es donde se puede pensar en el inicio de la convivencia.
¿Cuánto tiempo puede llevar esta primera etapa? Como todo lo relacionado a los vínculos humanos, no se puede determinar a priori. Cada niño, niña y/o adolescente, en relación a estos adultos que se ofrecen para ahijarlos, marcarán los tiempos necesarios de sus primeros contactos. Los y las profesionales que los acompañan, deben tener la capacidad de percibir un emparejamiento saludable.
Fuente: https://www.facebook.com/gvaldesadopcion
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