
Parte II
Decíamos que la continuidad en el contacto llevará a cimentar una relación, en la cual el otro pasa a ser significativo. En el marco de esta relación es donde se puede pensar en el inicio de la convivencia.
– Relación afectiva: la convivencia siempre se inicia con una relación afectiva básica que es lábil, frágil y vulnerable. Suele suceder un hecho que muchas veces confunde: a poco de estar juntos, los chicos llaman a los adoptantes mamá(s) y/o papá(s). Se cree que esto es un indicador de que ‘el vínculo se está afianzando rápidamente’ y no es necesariamente así. Los chicos llaman mamá(s) y/o papá(s) a adultos que se ofrecen a cuidar, alimentar, jugar. Pero todavía el proceso está en el marco de una relación que se está afianzando y que, inclusive, está en riesgo.
Consolidar una relación afectiva lo suficientemente fuerte y saludable puede llevar bastante tiempo. No hay que creer que esta etapa se resuelve dentro de los 6 meses de la guarda preadoptiva. Hay que ser cuidadosos y saber que, en este encuentro de mundos distintos, ajenos, extraños, los que tienen más dificultades para poder comprender los cambios que les significa esta vivencia son los chicos. Ellos manifiestan sus dificultades, sus desconciertos y sus miedos en conductas que son leídas por los adultos como disruptivas y problemáticas: berrinches, oposición, desafío (‘vos no sos mi mamá… no sos mi padre… me quiero ir de acá…’), agresiones, romper, sacar cosas a otros, abulia, etc.

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En los primeros tiempos del inicio de la convivencia, puede manifestarse una modalidad relacional a la que se la suele llamar luna de miel. Tanto los chicos como los adultos muestran lo mejor de sí y algo de lo que el otro busca, como una forma de seducción mutua que facilite el encuentro. Es un tiempo necesario para empezar a unirse, donde lo que se vive es sentido como muy lindo, muy cercano a lo que ‘siempre quise vivir…’ semejante a un enamoramiento idealizado.
Los chicos se muestran contentos, aceptan límites, son afectivos, “valoran” lo nuevo que se les ofrece. Los adoptantes también se muestran, la mayoría de las veces, como padres pacientes, creativos, tolerantes, comprensivos, que pueden escuchar las necesidades de los niños, estar disponibles para jugar, etc. Si se pierde la perspectiva de que estos son momentos los adultos suelen enceguecerse y creer que ‘las cosas van a ir bien siempre, cada vez mejor, que era mucho más fácil de lo que nos dijeron, que los chicos van a ir incorporando nuestra forma de ser y van a ser cada vez más como nosotros, como les estamos enseñando’.
Cuando cae el idilio de creer que es solo esto (la alegría, la felicidad, lo que siempre se quiso vivir…) se hace presente una cotidianeidad más completa (desafíos, oposición, no aceptar el límite por parte de los chicos; agotamiento, presiones laborales, familiares, etc.). Habrá momentos lindos, disfrutables, llevaderos y otros complejos, difíciles, llenos de incertidumbre. Pero todos dentro de un mayor contacto con la realidad, con una caída de la idealización del primer tiempo.
Transitar y sostener la relación empieza a generar un entrelazamiento entre los adoptantes y los chicos que tiene distintos significados para cada uno. Mientras que para los adultos es el inicio del fortalecimiento del lugar que tanto han soñado, para los niños empieza a jugarse el recuerdo y las vivencias que tuvieron con los otros adultos (su familia de origen) que antes ocupaban los roles en los que hoy se instalan los adoptantes. Estos primeros adultos significativos, son los que les mostraron como era y cómo funcionaba para ellos el mundo circundante. Y los niños sienten que esos adultos con los que recuerdan haber vivido momentos lindos y afectivos, los defraudaron, los hicieron sufrir de distintas maneras. De tal forma que no pudieron seguir creciendo con ellos porque se vulneraron sus derechos.
Cuando están en este nuevo escenario, los chicos no saben si estos nuevos adultos son como los anteriores o son distintos. Disfrutan de las nuevas cosas materiales que pueden tener, pero quieren conocer si estos adultos son como los anteriores. Desconocen como reaccionan si se portan mal, que pasa si muestran su otra parte, es decir las conductas valoradas negativamente por los adoptantes.
Mientras se está construyendo esta relación afectiva, como decíamos previamente, aparecen conductas desafiantes y oposicionistas que pueden generar muchos fantasmas en los adoptantes. Sacar cosas de otros, traerse útiles de compañeritos de escuela, sacar dinero de la cartera o de la mesa de luz y comprar cosas a otros chicos. Inclusive los que transitaron experiencias de abuso sexual o vivencias de sexualidad mucho más abierta, hace que los chicos reproduzcan lo que conocieron, pero no porque estén condicionados a repetirlo para siempre, sino porque es lo que conocieron. Entonces aparecen conductas disruptivas que pueden dejar perplejos a los adoptantes (que vienen de la luna de miel). Es un verdadero desafío para ellos, porque aparecen las preguntas de ‘¿qué pasó…? si veníamos tan bien… si era tan lindo… si estábamos tan contentos…’ Pasó que todos somos una complejidad de vivencias.
Estos desafíos desatan sensaciones en los adoptantes, vivencias de agotamiento, cansancio, decepción, frustración, preguntas como ‘¿qué tendrá este chico?, ¿en qué nos metimos?’ Es un momento en donde los adoptantes hablan de ‘este chico…. el niño…’ con una distancia que da cuenta de que todavía el proceso de anudamiento afectivo no está consolidado.
Este momento refractario en la etapa de la relación, es fundamental en el proceso de construcción, ya que se está trabajando sobre el material que buscará cimentar el vínculo que los enlace. Este tiempo es donde se amplía el conocimiento mutuo, con los primeros momentos disfrutados, de encuentro, de compartirse y sentir que ‘esto es lo que queríamos’, junto a las conductas desafiantes, oposicionistas, ‘berrinchosas’ y que están fuera de las expectativas que tenían los adultos y los chicos.
Este tiempo es el más complejo de atravesar y de alto riesgo vincular, ya que los adoptantes suelen sentirse desconcertados, decepcionados, enojados, agotados. Los chicos sufren y no pueden decir claramente lo que les está pasando. Estas situaciones se pueden presentar entre los tres meses y el año de iniciada la convivencia. Este es el momento en el que suelen caerse muchos procesos de integración adoptiva y, al mismo tiempo, es cuando se está terminando el plazo de la guarda preadoptiva. He aquí el riesgo…
Si los adoptantes pueden contener, sostener, tolerar la frustración que implica la caída de la idealización y promover afecto y sostén en medio de estas situaciones, entonces los chicos empiezan a sentir que este es un lugar seguro, confiable, en donde ‘parece que está bueno quedarse’ porque me van a cuidar.
Si pueden atravesar estas tormentas se pasa, entonces, al otro momento que es el objetivo buscado: el vínculo.
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Gonzalo Valdés es trabajador social, especialista en adopción.
Fuente: https://www.facebook.com/gvaldesadopcion