Si ya la adolescencia es complicada, puede serlo aún más en los hijos adoptados

Alberto Rodriguez

 

El psicólogo especialista en niños sin familia biológica reconoce que Gipuzkoa es un referente en cómo tratar las relaciones interparentales cuando los hijos son adoptados y que la comunicación con ellos «es clave»

ANA VILLAR | SAN SEBASTIÁN.

Ansiedad, angustia, inconformismo… La adolescencia es una fase en la que padres e hijos tienen dificultades para comunicarse y
comprenderse. La rebeldía y la falta de diálogo es tan frecuente como habitual. Esta etapa es, muy a menudo, más complicada para jóvenes adoptivos que poseen cierta carga de desconfianza. Lo asegura Alberto Rodríguez, psicólogo especializado en adopciones. Él se define como un acompañante especializado o mediador emocional de adolescentes adoptados, que no duda en aconsejar «una buena comunicación» entre padres e hijos para que la relación entre ellos fluya con la mayor normalidad posible.

Defíname la palabra ‘adolescencia’ y que todos lo entendamos.

Es una de las etapas clave de la persona. Es el período en el que uno comienza a ser más autónomo y deja de depender de sus padres. Por todos es conocido que se trata de una fase de crisis y de conflicto, pero también es la época en la que uno empieza a construir todo lo demás. Si el hijo no es biológico, la circunstancia puede ser de más fragilidad.

¿Y cómo perciben esta etapa los hijos que son adoptados?

La mayor parte viven la adolescencia desde las tripas. Son más vulnerables después de todo lo que han vivido y, por ello, las cosas les afectan más. Lo cierto es que los que viven la época de la adolescencia con mucho más miedo son sus familias.

¿Cómo afrontan los padres esta fase?

Ellos temen que todo el esfuerzo que llevan haciendo desde el primer momento de la adopción no haya valido la pena. Y eso no es cierto. La dificultad de estos jóvenes se basa en cómo regular sus emociones o el sufrimiento latente que poseen.

Entonces hay diferencias en la etapa de la adolescencia cuando el joven es adoptado o cuando se trata de un hijo biológico.

Más o menos. En general, las conductas que tienen son las mismas, pero hay que dejar claro que la adopción no es ni el problema, ni una patología o una categoría diagnóstica. Ocurre que para estos adolescentes el hecho de haberse visto separados de sus padres biológicos les ha llevado a vivir las cosas con más miedo que otros que no lo han sufrido. Es como si estuviesen en un estado continuo de amenaza. Porque creen que pueden perderlo todo de la noche a la mañana por no sentirse queridos o por cualquier otro motivo. Por lo tanto, no hay conductas diferentes entre los biológicos y los adoptados, la desigualdad está en lo que se ha vivido previamente.

¿La adopción entiende de edades? Es decir, ¿es lo mismo adoptar a un niño cuando es un bebé o cuando ya está en la pubertad?

No tiene nada que ver. Si se hace en la etapa de la adolescencia el problema no es la adopción, sino todo lo que estos jóvenes
arrastran del pasado. Muchos han vivido situaciones de maltrato, negligencia, abandono, malos tratos físicos… La huella de todo
ello es lo que se vislumbra hoy.

¿Y qué métodos acostumbran a utilizar los padres para comunicarse con sus hijos?

Es un procedimiento difícil porque la mayor parte de las familias adoptivas tienden a pensar que a su hijo le pasa lo mismo que al de enfrente. En el momento en el que se tipifican conductas se está perdiendo algo. Si verdaderamente a su hijo le pasara lo mismo que al de enfrente, con una norma básica lo hubiéramos corregido. Pero cuando ese método es el cariño, por ejemplo, y no funciona, es porque hay cierto sufrimiento. Un sufrimiento mal gestionado.

Por tanto, ¿cuáles son los métodos que deberían utilizar para que la comunicación sea adecuada?

Hay tres palabras clave: autenticidad, veracidad e incondicionalidad. El primer concepto trata de ayudar a que las familias vean la realidad comprendiendo cómo se sienten ellos mismos y cómo lo hacen sus hijos. La idea de la veracidad es esencial, hay que serles sinceros ante sus preocupaciones y darles el apoyo que necesiten. Mediante la incondicionalidad, los padres deberían transmitir que, pase lo que pase, van a estar a su lado.

¿Hay un patrón en cuanto a problemas o dificultades?

Lo más común suele ser la dificultad para crear grupos de amigos. Si tienen problemas es complicado que mantengan amistades en el colegio con los compañeros a los que les ha ido bien. Y por ello, buscan fuera compañía con las personas que tienen problemas similares a los suyos.

¿Existen buenas y malas compañías?

No. Son las que pueden ser. Los amigos son fundamentales, es otra manera de sentir que uno existe para los demás. Es una ocasión donde poder ganar autonomía y donde se pueden aprender habilidades sociales. Si un adolescente contase solo con la compañía de sus padres estaría aislado.

¿Las instituciones dan algún tipo de solución para paliar los problemas de los jóvenes adoptados?

En Gipuzkoa hay una respuesta muy buena. La Diputación Foral del territorio gestiona varios equipos de apoyo post-adoptivo. Además, la asociación de familias Ume Alaia Gipuzkoa lleva años trabajando en casos de adolescentes y grupos familiares. Estamos en un contexto donde cualquier persona que necesita ayuda tiene la posibilidad de tenerla. El País Vasco, en general, es referente en cómo trabajar estos casos.

El programa ‘Hermano mayor’ ha dado mucho de qué hablar, tratando casos en los que la comunicación entre padres e hijos no era la más apropiada. ¿Cómo ve un experto en psicoterapia familiar como usted un espacio televisivo como este?

La filosofía del programa es buena. De hecho, yo utilizo vídeos que saca el programa, porque detrás del reality hay un modelo de terapia que se trabaja mucho en Estados Unidos. En el tratamiento buscan mitigar los problemas de conducta de los jóvenes conectando con la tristeza y agotándolos físicamente. Lo complicado y lo que interesaría es saber si esas mejoras se mantienen en el tiempo.

¿Se le podría calificar como un ‘hermano mayor’ de estos jóvenes?

Más que un hermano mayor he sido acompañante especializado. Además, considero que el concepto está en hacer ver a los jóvenes que sus padres son sus padres. Por su parte, hay que mostrar a los hijos que sus padres les siguen queriendo. Yo soy una especie de mediador emocional. Hermano mayor me suena muy raro. Yo no quiero ser de la familia de nadie que no sea la mía.

Alberto Rodríguez

Psicólogo y terapeuta familiar

Fuente: El Diario Vasco  -edición del 31/08/2015

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