Hablar de la Adopción, sí. Pero ¿desde dónde? 

Marga Muñiz de Aguilar

En un pasado no muy lejano la adopción estaba llena de secretos y mentiras y la mayoría de las familias ocultaban el hecho de que sus hijos hubieran sido adoptados. De hecho, muchos se enteraban de manera fortuita al pedir una partida de nacimiento o a la muerte del padre o de la madre. El impacto que producía el descubrimiento en estas circunstancias resultaba, a veces, realmente traumático.

Hoy día la adopción está socialmente aceptada como una manera más de formar una familia, y se habla de ella abiertamente. Lo importante es saber desde dónde se habla, porque podemos hacerlo desde lo racional o desde lo emocional; desde la empatía o desde el dolor; desde el reconocimiento o desde el juicio; y los resultados no son los mismos.

Podemos hablar de su madre biológica y de su país de nacimiento desde una posición que creemos que es la políticamente correcta, de respeto, de reconocimiento, etc., pero hacerlo solamente desde lo racional, desde la mente.

En el corazón podemos tener sentimientos de reproche o de resentimiento por haber sido, de alguna manera, maltratados; o por tener una política demográfica que discrimina a las niñas. Incluso podemos sentirnos mejores que ellos porque nosotros nunca los hubiéramos abandonado. Podemos, también, tener miedo a que algún día quieran buscar sus orígenes… conocer a su familia biológica…el país donde nacieron… Dicen que muchas familias adoptivas están compuesta por los que son y uno más: el fantasma de la familia biológica, especialmente de la madre, a quien en muchas familias adoptivas ni siquiera saben bien cómo nombrar.

Los niños perciben y captan más los sentimientos profundos que las palabras superficiales, por eso si hablamos sólo desde la razón, que nos dice lo que tenemos que decir, pero no lo que sentimos, ellos lo sabrán; percibirán nuestra dualidad y ellos también vivirán esa dualidad entre lo que dicen sentir y lo que sienten. Y cuando no hay unidad interior entre lo que decimos y lo que sentimos surgen los conflictos, y nuestros hijos vivirán esos conflictos como propios, porque ellos nos devuelven nuestra propia imagen, porque nuestros hijos son, en el fondo, nuestros espejos.

En la consulta lo vemos con frecuencia y no hace falta que sean niños adoptados. En este caso no lo es. Eleonora acude por dificultad en el aprendizaje de la lecto-escritura. Al cabo de un tiempo la madre, que ve que evoluciona positivamente, pregunta si la niña repite muchas veces que no sabe o que no puede. En consulta nunca lo ha hecho. Se queja de que con ella lo repite continuamente y que no deja que le enseñe nada. Al confirmar que no lo hace con otros miembros de la familia, la pregunta es evidente: ¿Tú temes que no pueda? Respuesta de la madre: Tengo miedo de que se retrase…de que no llegue… de que no aprenda…

Tu miedo puede ser a que no aprenda… a que sea discriminada…a que algún día pregunte por su madre “verdadera”, a que quiera conocer la historia de por qué la abandonaron… Tus miedos serán los suyos porque ellos nos hacen de espejo… pero también, si queremos, son nuestros maestros porque nos muestran aquello que tenemos que trabajarnos nosotros mismos si queremos que nuestras propias carencias no se reflejen en ellos.

Es importante tomar conciencia de que nuestros hijos no son los únicos que traen una mochila, sino que cada uno de nosotros tiene también su propia mochila, y que dependiendo de lo consciente que seamos de ello, de lo que nos hayamos trabajado a nosotros mismos o no, hablaremos con ellos de una forma u de otra y no sólo de la adopción sino de cualquier otro tema relacionado con la forma de vivir la vida, porque la podemos vivir desde el miedo o desde la valentía, desde la tristeza o desde la alegría, desde el dolor o desde la superación de ese dolor.

Esto puede explicar por qué a veces algunos niños, a pesar de que sus familias han hablado desde el principio con ellos sobre su adopción, no terminan de asumirlo, mientras que otros sí lo hacen y lo viven como algo positivo. Puede estar ocurriendo lo mismo que sucede con los gérmenes, que no poseen la capacidad de crear las condiciones que necesitan para sobrevivir, sino que tienen que encontrar el entorno adecuado. El simple hecho de hablar con ellos sobre la adopción no es suficiente.

Si nosotros no hemos elaborado nuestros propios duelos, difícilmente podremos ayudarlos a ellos a elaborar los suyos. Si nosotros mismos hemos sufrido abandono anímico en nuestras propias familias de origen, su abandono resonará en nosotros y, a menos que nos trabajamos a nosotros mismos, será difícil que podamos ayudarles a ellos a superar sus propios abandonos.

Tenemos que tomar nuestra propia fuerza. Si no lo hacemos, ellos tampoco tendrán fuerzas para enfrentar la diferencia, el desarraigo, la soledad, la rabia, etc. y siempre dependerán de los demás, de su aceptación, de su valoración y de su reconocimiento para sentirse bien con ellos mismos.

Tenemos que hablar con nuestros hijos sobre su “ser adoptivo”, sí, pero lo importante es desde dónde lo hacemos. Si lo hacemos desde nuestro propio dolor, desde nuestras propias carencias, desde nuestra propia mochila, difícilmente los podremos ayudar, porque nuestras palabras no llegarán más allá de sus oídos.

Y si en nuestro fuero interno los vivimos como víctimas, por las penalidades que han pasado, ellos se vivirán a sí mismos como víctimas. Si somos capaces de verlos como seres con potencial, como semillas que llevan dentro la capacidad de crecer y de enfrentar y superar los problemas, encontraran dentro de ellos mismos la fuerza para hacerlo.

Esto es algo que se puede ver con claridad en la novela Detrás de tu mirada cuando Ana toma conciencia de que ella también ha vivido una experiencia similar a su hija sin ser una persona adoptada. El no haber cumplido las expectativas de su padre al nacer niña en vez de niño había marcado gran parte de su vida y era algo que llevaba en su propia mochila, así que si no lo trabajaba, difícilmente podría ayudar a su hija a liberar el sentimiento de autoexclusión y baja autoestima que tenía, aunque estos sentimientos no fueran evidentes ni en ella ni en su hija al principio.

Otro ejemplo lo tenemos en el desarrollo del taller de constelaciones familiares que dirige la terapeuta Teodora Mun. El sentimiento de rechazo que vivió durante su infancia una de las participantes, ahora lo proyectaba sobre su propia hija, con lo cual, veía algo que en esos momentos no existía. Pero además, en caso de que hubiera sido cierto ese rechazo que ella creía que sufría su hija en el colegio por ser de otra raza o por ser adoptada, le habría reestimulado su propia experiencia, con lo cual si no conseguía superar su propio dolor no estaría en condiciones de poder ayudar a su hija en caso de que eso ocurriera.

En fin, que tenemos que ser conscientes de que nuestras propias mochilas también cargan las de nuestros hijos, sean adoptados o no, por eso nuestro mejor legado no es darles estudios superiores, ni medios materiales, ni una posición social determinada, sino tener nosotros mismos una mochila lo más ligera posible para que podamos acompañarles en el camino y enseñarles a vivir sus vidas con plenitud.
Fuente: Blog detrás de tu mirada.

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