Situación uno:
La madre: “¡Ya le conté la verdad! le dije que es hija del corazón” (una gran sonrisa acompaña sus palabras). La hija (4 años): “Sí… crecí en el corazón de mi mamá y el doctor le hizo un tajo ¡y me sacó!” (sorpresa en la madre que borra su sonrisa).
Situación dos:
El padre, bajando el tono de voz para que el niño, que está presente, no escuche: “Cuando sea grande y entienda le vamos a decir la verdad… que nosotros no somos sus padres verdaderos”. El hijo (3 años): “Papá… papá… ¡vamos a la casa!” (se pone a llorar y quiere upa).
Decirle
¿QUÉ? ¿CÓMO? ¿CUÁNDO? son las tres preguntas que suelen hacerse los adoptantes cuando piensan en hablar de adopción con sus hijos.
¿QUÉ decir? Los lleva a preguntarse cuánto hay que contar, si esto incluye los datos personales de los progenitores, si deben mencionar dónde y con quién vivía el niño o qué cosas le sucedieron. Datos, hechos, circunstancias de la vida del niño.
¿CÓMO decirlo? Les plantea la cuestión de si deben tener armado un relato ya estructurado para transmitirle al hijo de una sola vez o si deben ir dando información poco a poco, con qué palabras, en qué tono.
¿CUÁNDO decirlo? Hace referencia a un tiempo que suelen asociar a la edad del niño, cuando “entienda”, cuando “sea más grande”, cuando “pregunte”.
El planteo del QUÉ-CÓMO-CUÁNDO decirle tiende a poner a los adoptantes en el lugar de voceros (contadores) de una historia que no les pertenece, y al niño en receptor pasivo de su propia historia; situación paradójica en sí misma. Es un planteo que parte de una disociación, el niño en un lado, los padres en el otro; hablando de una historia que parece ajena a todos (uno no se acuerda y los otros no estuvieron).
El relato
El verbo relatar significa volver a (re-) llevar (lat-) unos hechos al conocimiento de alguien. Viene del verbo latino refero (volver a llevar); referir (dar a conocer)1 . Es decir que algo que aconteció en el pasado es traído al conocimiento, es dado a conocer nuevamente. También podemos decir que aquello que aconteció es recordado. El verbo recordar lleva dentro la palabra corazón. Viene del latín recordare, que se compone del prefijo re (de nuevo) y cordare-cor,cordis (corazón). Es decir que lo que recordamos lo volvemos a pasar por el corazón. Esto nos habla necesariamente de una acción y de una emoción. El relato en adopción es una acción-emoción que deben emprender aquellos quienes actuaron los hechos que ahora deben relatar, es decir los adoptantes y los adoptados. Así también incluye las acciones de otros (familia de origen, juzgados, instituciones, etc.). Los adoptantes deben realizar entonces una doble acción. La primera acción es la de ser protagonistas directos de los hechos, tomar las decisiones, poner el cuerpo y las emociones, accionar en función del deseo, accionar en función de las posibilidades propias y ajenas, accionar según el sistema legal (dentro o fuera de él), decidir por otro que no puede decidir (el niño). La segunda acción -que la mayoría de las veces se da con un considerable lapso respecto a la primera- es relatar eso acontecido para llevarlo al conocimiento de alguien. Alguien que devino en hijo como efecto de esa acción, protagonista forzado por la acción de los otros y muchas veces desconocedor de los hechos, de su protagonismo y del relato. Hablar del relato en adopción es hablar de aquello que se hizo, con sus causas y consecuencias. El relato, ya sea que esté construido y explicitado o sentido y silenciado, es el eje matriz que atraviesa la estructura familiar adoptiva y que le otorga a la misma su particular constitución. Juega su impronta consciente e inconsciente en esta estructura familiar. Los niños comienzan a interpelar desde que están en el mundo frente a otro. Aún cuando todavía no hablen, con su gestualidad y con su presencia preguntan sobre ellos y sobre el mundo; y son los adultos, principalmente los padres y las madres, quienes traducen y contestan esas preguntas y sienten complejas emociones frente a ese niño, que se traducirán en las respuestas que van a ir dándole forma e identidad de hijo. En la época del balbuceo aparece el tono de interrogación en sus expresiones (ej.: ¿eto?, ¿no tá?, etc.), las preguntas tienen su destino en un otro que les da las respuestas. Las respuestas van informando al niño acerca de lo que acontece, le cuentan lo que es y lo que no es, y van conformando un entramado de realidad de la cual el niño es parte. Tanto las palabras, como los silencios, los gestos, el contacto o el no contacto, las miradas, todo va dándole la forma al mundo en el cual cada día se mueve y va siendo él. El niño va incorporando la concepción del mundo que tiene esa familia, va decodificando en función de lo que sus padres y familiares le van enseñando; pregunta y tiene algún tipo de respuesta que le va diciendo cómo mirar, cómo comprender y entender ese mundo. Y mientras comprende y entiende, se va reconociendo a sí mismo en el mirar del otro, se va apropiando de esa mirada y va sabiendo que es él quien mira. Y cuando se pregunta ¿quién soy?, sabe al menos que es él y que desde él parte también la creación de ese mundo al darle significado; ese significado que fue aprendiendo dentro de su familia. El ser reconocidos dentro de una familia nos dice algo respecto a quiénes somos. Nos ubica y posiciona respecto a otros: hijos de…, hermanos de…, nietos, sobrinos, etc. Somos una continuidad histórica que se va tejiendo día a día. La identidad y la historia son una misma trama. Somos eso vivido. Y es a través del discurso del otro, del relato, que el niño va sabiendo de sí. “Los relatos familiares funcionan como pequeños mitos, como guiones que permiten habitar un mismo relato, compartir una creencia y organizar los ritos que consolidan el afecto. El mero acomodamiento de las palabras organiza una estructura afectiva en la que se baña el grupo familiar; la manera de contar nuestras historias estructura los sentimientos que experimenta cada uno”.2 Cuando en un relato familiar existen omisiones, tergiversaciones y/o silencios intencionales respecto a alguna parte de la historia, el mayor peso fantasmático será ubicado justamente allí. Incluir en el discurso de la trama familiar el hecho adoptivo, el lugar de los padres (biológicos y adoptantes), la presencia histórica de la familia de origen y la representación legal del vínculo, fundan una certeza de reconocimiento. Frente al temor de muchos padres cuando se trata de la historia de los hijos y se sienten seducidos por el silencio, pongo las palabras de Boris Cyrulnik: “La ausencia de historia aún es más peligrosa. Cuando no se transmite nada…se transmite EXTRAÑEZA!” y agrego: “de sí mismo y de aquello presente y ausente”.
El relato en las adopciones tempranas
El relato es una construcción que se irá dando en el transcurso del tiempo. Comienza antes de la llegada del hijo cada vez que la persona o la pareja cuenta/habla de su historia y de su búsqueda del hijo. Los acontecimientos irán nutriendo la historia familiar y ampliando los límites del relato. Las decisiones que se tomen respecto a los tratamientos a seguir, las vivencias durante los mismos, las esperanzas y frustraciones en cada una de las propuestas y resultados; los dolores y las ilusiones serán parte del discurso, aún cuando las palabras que se elijan sean un recorte de esos tiempos. Cuando el niño es pequeño (menos de 2 años) irá progresivamente conociendo y entendiendo de qué trata la historia familiar que contiene a su propia historia de origen. Sólo surgirán preguntas si en la familia circula la historia. La tan poco feliz frase “esperar a que el niño pregunte” -muchas veces indicada por psicólogos y pediatras- deposita en los niños el tener que saber un algo que no saben. La responsabilidad la tienen los padres de ir construyendo y transmitiendo. No hay UNA pregunta que los niños DEBEN formular. Hay una historia que los padres deben ir relatando desde siempre y hasta siempre. Las preguntas de los niños podrán ir surgiendo, o no. Pero las respuestas deben estar siempre. No es una preferencia o decisión de los padres adoptantes transmitir la historia a los hijos; es un derecho de los hijos el conocer su historia (que incluye el origen). Hablar de la familia de origen (aunque no se tengan datos precisos de la misma) es enlazar la historia del hijo con la de la familia adoptante. El nudo que ata a ambas familias es el hijo, y en la trama de la familia adoptiva hay hebras (aún las invisibles) de la familia de origen. Darle pertenencia al hijo, hacerlo hijo, contiene necesariamente su origen.
Cada familia encontrará la forma de construir su relato, ya que no hay una forma ni una receta; pero sí hay un tiempo: SIEMPRE. Hay palabras que se deben poder pensar y reflexionar antes de decirlas, lo que implica pensar los propios prejuicios acerca de la adopción y los propios lugares en la trama familiar (padres/madres/hijos: ¿verdaderos vs. falsos?, ¿naturales vs. artificiales?, ¿de corazón vs. de útero?, ¿idealizados vs. denostados?, etc.). Y hay emociones y sentimientos que se tendrán que reconocer y compartir con los hijos. Los tonos de la voz, los gestos al hablar, el brillo en la mirada gritan mensajes que los hijos escuchan.
El relato en las adopciones tardías
Hay una fantasía frecuente en las familias que adoptan niños más grandes y es que “ya sabe” como fueron las cosas, sabe que es adoptado y por lo tanto no hace falta construir un relato. La pregunta que suelen formular los padres adoptantes de estos niños es ¿qué hacer frente a los relatos de los chicos?, si deben preguntarles cuando no cuentan; si está bien que hablen mucho de su historia. Algunos padres desean -y así lo transmiten- que los hijos no recuerden tanto las vivencias dolorosas; que no hablen tanto de los progenitores; y hasta que hagan “borrón y cuenta nueva”. Pero ¿por qué muchos niños necesitan contar una y otra vez lo vivido? Porque para encontrarle un sentido a lo que están viviendo tienen que poder articular las distintas partes de su vida. El dominio del lenguaje permite que el niño habite una identidad narrativa: “yo soy el que, o la que, ha padecido este descalabro en su vida”. Los mecanismos de reparación o resiliencia dependerán entonces del discurso que el niño pueda hacer sobre sí mismo. Pero el niño solo no puede hacerlo, se necesita de personas que lo ayuden a ponerle palabras y darle un sentido a lo que le ha sucedido, personas que le ayuden a hilar su historia anterior con la situación actual. Como dice Boris Cyrulnik: “un niño solo no tiene ninguna oportunidad de desarrollarse, un niño herido y solo no tiene ninguna oportunidad de convertirse en resiliente”.3 El relato que circula permite establecer un sentido de permanencia entre el pasado, el presente y lo que reserva el porvenir. Cada vez que el niño cuenta lo vivido, le va dando un sentido a lo que está viviendo. El descubrimiento de sentido, de coherencia, no es una actividad que pueda hacer el niño solo, necesariamente tiene que haber alguien que lo escuche y acompañe. “Un relato no es el retorno del pasado, es una reconciliación con la propia historia. Se trata de dar forma a una imagen, de repararla, de dar coherencia a los acontecimientos, de sanar una herida injusta”.4 Una de las funciones centrales que tienen los padres en la construcción del relato que hacen los hijos, es la de escuchar una y otra vez, interviniendo allí donde el niño tiñe sus recuerdos con representaciones de sí mismo que son negativas o dañinas (por ejemplo cuando expresa que se siente malo, que se siente responsable del maltrato que sufrió), ya que más allá de los hechos que realmente sucedieron, lo más significativo es la representación de sí mismo en ese pasado. Es posible establecer una correlación entre el relato de uno mismo y la manera de establecer relaciones afectivas (un niño que se siente no querido o mala persona puede establecer relaciones evasivas, de rebelión, etc.), por ello los padres deben poder ayudarlo a construir un relato de sí mismo con las mejores condiciones y cualidades posibles. La escucha atenta y amorosa que los padres hagan del relato del niño, junto con la confirmación afectiva a través de los abrazos, las caricias, los besos, las miradas con ternura y las palabras de calificación, facilitarán la sanación e integración de la identidad del niño. Paulatinamente el relato de lo vivido por el niño se irá integrando al relato de lo vivido por los padres y el punto de encuentro de las historias pasará a conformar parte de la trama de la historia familiar.
1 Diccionario etimológico.
2 Boris Cyrulnik. Autobiografía de un espantapájaros. Ed. Gedisa 2008.
3 Boris Cyrulnik y otros. “El realismo de la esperanza”. Ed. Gedisa 2003.
4 Boris Cyrulnik. Autobiografía de un espantapájaros. Ed. Gedisa 2008.
Lic. Judit Fraidenray
Licenciada en psicología. Trabajó más de 20 años en el E.I.A. del R.U.A. de Mendoza. Facilitadora de Biodanza.
* Artículo extraído del libro «ADOPCIÓN – Reflexiones para seguir aprendiendo». Capítulo: El relato