«Quedaste seleccionado»

«Quedaste seleccionado.

Esas fueron las dos palabras que desataron el llanto. ¿Cómo no emocionarse si llevaba meses, largos meses, buscando trabajo?

 

Solo eso fue la llave para que comenzara a llorar y siguiera haciéndolo cada vez que le contaba a alguien que «quedó seleccionado». Hacía años que no se permitía llorar, pasara lo que pasara, no lloraba. ¿Como no hacerlo ahora si lo convocaban para un trabajo como el que él soñaba, para el que se preparó? Le permitiría acercarse a la práctica profesional de la carrera que estaba estudiando. Claro, como no emocionarse y exteriorizar la emoción con lágrimas. De esas que irrumpen, inundan las palabras y se vuelven en un punto, incontrolables.

¿Lloraba porque se terminaba la búsqueda? ¿Lloraba porque era el tipo de trabajo que le gustaba? ¿Lloraba porque con un trabajo y un sueldo se sentiría más adulto, más independiente? Para todas estas preguntas la respuesta era «sí».

Pero hubo algo más, mucho más profundo. «Quedaste seleccionado» no eran dos palabras cualquiera en su historia.

Si su progenitora no había podido seleccionarlo a la hora de elegir entre una segunda pareja y él. Si para que el Juez seleccionara su carpeta, para buscarle una familia por adopción, tuvo que enojarse mucho y pedir gritando que comenzaran esa búsqueda para él y sus hermanos. Si a sus doce años pensaba…y a mí ¿quién me va a elegir? Si él sabe muy bien que la adopción no se produjo, en un primer momento, porque una familia lo eligió a él por quien es y que él tampoco los eligió por quienes son ellos.

Después de años sintiendo que «no quedaba seleccionado» llegó el llamado y esas dos palabras dejaron salir las lágrimas contenidas y la emoción de haberse sentido elegido.

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