En noviembre de 2019 la conocí con 12 años, fui con ilusión, expectativa y mucho miedo a iniciar la vinculación. Soy monoparental. No fue un momento mágico, ni veía lucecitas de colores.
Éramos dos extrañas que compartieron casi tres horas en el Hogar, “su hogar” me hizo un dibujo que pintó con mucho tiempo y paciencia.
Luego salimos un sábado, y ahí empezó lo difícil, hablaba poco, hubo muchos silencios en los que no sabía que le pasaba y confieso que ahí se me derrumbó la ilusión.
Fueron muchos viajes de fin de semana, salidas, hasta que en diciembre al terminar las clases vino a mi ciudad, a los cinco días tuve que llevarla de nuevo al Hogar porque tenía una crisis de tristeza y llanto. Y desde ese momento hubo un nuevo comienzo de vinculación, idas y vueltas de su ciudad de origen a la mía, extendiendo de a poco la cantidad de días que se quedaba en mi ciudad.
La vinculación iba medianamente bien, con altos y bajos hasta que me otorgaron la guarda y un poco después de eso comenzó a ir a la Escuela y casi inmediatamente llegó la Pandemia.
El aislamiento fue negativo para ella, intensificó su dolor, a veces era pequeña y otras autosuficiente como un adulto. Tuvo crisis fuertes, llantos, decir vos no sos mi mamá, querer irse al hogar era algo de casi todos los días.
Llegó un momento que éramos dos personas viviendo en la misma casa, pero no compartiendo nada, ni siquiera la comida.
Y ahí fue el momento que pensé “esto va a fracasar”, las herramientas se me acababan y la esperanza también.
En esos momentos fue que recurrí a Ser Familia por Adopción, a otro grupo, a una amiga de otra ciudad que tiene hijos por vínculo adoptivo, con las que teníamos largas charlas por WhatsApp, porque yo sentía que íbamos para abajo y no había forma de subir.
Durante este período tomé conocimiento de un gran profesional que por medio de la virtualidad me fue dando muy paulatinamente la tranquilidad que había perdido.
Me iba diciendo el porqué de sus actitudes, comprendí que es un proceso, y que estábamos en un momento muy frágil en el que no había garantía de que prospere, también aprendí a acompañarla en su duelo e ir sumando herramientas para contenerla, primero desde la distancia, después con abrazos y caricias.
De a poco se fue entrelazando su pequeña vida y la mía, ella fue aprendiendo a ser hija y yo madre. A diario vivimos momentos bellos y obvio otros que no lo son.
A un año de conocerla y diez meses de vivir juntas, no puedo describir con palabras lo que la amo, ella es luz, y aunque no haya compartido su infancia, tenemos muchas cosas por vivir juntas, verla feliz me llena el alma.
Seguimos construyendo y fortaleciendo nuestro vínculo cada día.
F.V.