Difícil es pasar…

Difícil es pasar por la infertilidad, difícil es un embarazo que se adelanta y te obliga a ver nacer y morir a tus hijas. Eso me parecía difícil hasta que nos encontramos con las consecuencias sociales que supone el cambio.

Yo pensaba que sería lo peor que me podía haber pasado pero, honestamente, estoy tan agradecida por lo que me permitió ser hoy, que no cambiaría nada de esa historia.

 

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Me obligó a preguntarme por mi deseo (ese que parece que todo el mundo identifica con cierta normalidad a la maternidad, las relaciones, la vida misma).

Yo nunca me había preguntado por mi deseo en relación a la maternidad.

La infertilidad nos puso en el camino de sabernos distintos. En esa otredad empezamos a cambiar la mirada.

Yo me empecé a preguntar qué valor le estaba dando a un hijo y, en especial, a un hijo biológico.

Luego llegó el embarazo y lo que parecía ser mi deseo, en realidad, se iba convirtiendo en el deseo de los otros (tíos, madre, primas que ahora ponían compartir eso de «la panza» cuando antes no compartíamos nada).

No me sentí cómoda con esos rituales, no me pude identificar con la línea sanguínea. Un rollo mío seguramente pero que me obligaba a preguntarme si en realidad mi deseo, la potencia de mi deseo, no tenía que ver con una maternidad por elección y con una familia por adopción.

Si esas dificultades de golpe me abrían un panorama de una seguridad y claridad meridianas, entonces mi fortaleza estaba ahí. No en parecerme a los otros, no en los rituales de la sangre que parecen unir lo imposible de unir.

Como era de esperar, a la muerte de mis hijas, desapareció todo el mundo. Yo prefiero pensar que en se momento se armó una familia. Una familia que no espera ni idealiza ni se sostiene por la sangre.

Fue un proceso que, me gusta pensar, salió de las entrañas.

De a poco fuimos hablándolo y hace unos días le tocó a mi madre. Son esos momentos en los que te das cuenta cuán preparada estás, cuán fuerte y cuán lista estás.

Nosotros ya estamos inscriptos hace seis meses. Yo supe de entrada que, en realidad, podía permitirme el deseo de no querer como prioridad bebés.

A mi madre le parecía casi una blasfemia que quisiera chicos más grandes. La charla fue siguiendo. Sentíamos que debíamos contarle, que era el momento porque también yo sentía que iba a poder con ella.

Luego siguieron «los chicos grandes roban y a la noche te pueden matar», «conozco gente a la que le fue mal» «te estoy avisando para que no digas que no te lo dije» «te pido que no se acerquen a la hija de tu primo porque la pueden violar» «busquen un abogado y vayan a la provincia a buscar un bebé» «llevan la maldad en la raíz» «vienen mal y en los hogares los hacen peor».

No solo no había escuchado nada de lo que, como mujer, le había contado, sino que además se desbordó con una serie de lugares comunes, doxa pura. ¿Qué hubieran hecho en mi lugar? Digo: si de mi madre proviene esta serie de agresiones, disparates y desorden casi mental… entonces, y se lo dije, yo no parezco hija tuya y de mi padre. ¿Dónde está el linaje, la sangre y la raíz?

No la voy a convencer, no va a cambiar su forma de pensar ni yo la mía.

Casi se desmaya cuando le dije que aceptamos que mantengan vínculo con su familia biológica y que ponerle o no el apellido no nos quitaba el sueño. Que es una persona con una historia y nosotros solo estamos para amarlo y guiarlo, no para que sea nuestra propiedad.

«Se va a ir a los 18. Vas a estar sola».

No es mi perrito ni mi compañero de vejez. Debe volar, debe irse, debe vivir.

Pero estoy fuerte. No lloré, no le grité. Le dije que era nuestra decisión, que el orgullo que siento de nosotros como pareja es inmenso, que el amor que me estoy teniendo a mí misma también es gigante. Que la seguridad que adquirí me impresiona. Y que ya no pasa por el objetivo de ser madre sino por el proceso.

Lo que me transformó como persona, como profesional, como docente, no puedo describirlo con palabras. Si llegaran mis hijos, yo sería inmensamente feliz; pero si no llegaran yo podría con eso también porque el cambio comienza en el proceso y es un proceso que cambió lo ejes de la vida, del disfrute, de la espera.

Los días que estoy ansiosa, sé que debo orientarme nuevamente hacia mi seguridad, a mi familia con mi marido y saber que no me sostiene el proyecto de un hijo sino el el proceso de pensarme activa, reflexionando, participando, generando nuevas ideas y, finalmente y aunque parezca obvio, VIVIENDO.

No nos podemos olvidar de vivir porque si esos niños llegan, debemos estar sólidos, tan sólidos para darles, como les puse en la cartita del legajo, las alas suficientes para despegar. Al final, son hijos de la vida. Un abrazo a todxs!

Adriana
Febrero 2015

* Texto enviado por Adriana a Ser Familia por Adopción A.C. para su publicación.

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