Hola a todas. Me sorprendió leer un post en el grupo sobre las inquietudes alrededor de adopciones de niños con discapacidad. Conté que es nuestro caso con R. (15 años) y recibí muchos “like”. Así que me animo a contar un poco más del tema y dar mi opinión.
No soy un superhéroe. Ni un santo. Ni puro amor. Soy un profesor de filosofía, soltero, que decidió después de muchos años de pensarlo, cumplir su sueño de ser papá. Y como muchas personas, me inscribí en el registro de adopción en Tucumán. Después de un año de espera, nos conocimos con mi hijo que entonces tenía diez años y nos adoptamos.
En el (maldito) formulario que te hacen llenar en mi registro, no puse condiciones de edad ni sexo, preferí una sola personita antes que un grupo de hermanos y puse NO a la discapacidad.
Fue un reflejo. Si me lo preguntaba entonces, supongo que hubiera dicho que estando solo iba a ser complicado armar una vida con un niño o niña que requiriera atenciones extra, sin pensar además en los costos que mi bolsillo no soportaría. Pero no. Dije simplemente que no. Y nadie me insistió en que lo repensara.
¿Cómo conocí a R.?
Porque un Juzgado de otra provincia hizo un excelente trabajo. Yo me enteré que tenían “casos” complicados y me acerqué a preguntar.
La jueza pidió mi carpeta, y cuando me conocieron, me hablaron de la historia de R. Sí, tenía un diagnóstico psiquiátrico de retraso mental moderado. Es un código con números que aparecen en una tarjeta identificatoria, el certificado de discapacidad.
Pero me hablaron de su vida, o de lo que ellas conocían de su vida. Me dieron toda la información en un expediente, me dieron tiempo para que lo piense, para que lo hable con mi entorno, para que consulte gente, qué sé yo… lo que hacemos todos cuando queremos tomar decisiones importantes.
Este supuesto super héroe estaba asustado. Justamente había dicho que no quería chicos con discapacidad en el formulario. Pero lo que tenía en mis manos no era un expediente con test, estudios médicos, informes psi… era la vida de un chico.
Como todos los que andamos en estos caminos de la adopción y las oficinas judiciales, sabemos que son vidas precarias. Son historias duras. No importa su edad, si un niño o niña llega a situación de ser adoptado/a no ha pasado por muy buenas experiencias.
Me conmovió su vida o, al menos, lo que yo entreleía del relato de sus peripecias. Traté de entender qué le podría estar pasando en ese momento, intenté ponerme en sus zapatillas…
Una de las cosas que siempre se machaca hoy en día es con los derechos de los chicos. No prima nuestro deseo de ser papá o mamá, sino que los chicos tienen que tener una familia. Bueno, ese niño del expediente, cuya vida yo entreleía a través de informes legales y sociales y psiquiátricos, era uno de los casos de extrema vulneración de derechos del niño. Tendría que haber tenido estimulación temprana y no pudo tenerla. Tendría que haber tenido una escuela personalizada y no pudo. Tendría que haber sido contenido por su entorno social y no pudo. En realidad, no es R. el que no podía. No pudo su entorno. No pudo la sociedad en la que le tocó nacer. No pudimos nosotros. La discapacidad está mal puesta. No era él el discapacitado. Somos nosotros.
Con el expediente de mi hijo en mano, sin conocerlo aún, me entró en la cabeza lo que se escucha a veces por ahí: el “problema” de la discapacidad no está en las personas “con” discapacidad, sino en la sociedad que no las incluye. Y a R., como a la cantidad increíble de chicos que conocí en el hogar donde él vivía, no los está incluyendo el sistema de adopción. Fue una jueza, Marta, la que se animó a decirme: yo creo que vos, por tu perfil, podrías ser papá de este chico. Estoy buscando el zapato para este pie. Si no sos vos, será otra persona, pero vamos a encontrarle una familia al chico ¿Probamos?
Y así fue, bajo esta propuesta, que nos presentaron personalmente. Y así fue como conocí al negrito con la mirada más luminosa del mundo y la sonrisa más hermosa. Ahí fue, cuando me conoció, que R. empezó a hablar por primera vez. Y mientras nos dabamos el primer abrazo y yo me largué a moquear, él me palmeaba la espalda. El niño con discapacidad le daba ánimo al superhéroe.
¿Fue amor? Claro que fue un acto de amor mutuo. Pero fue un proceso preparado por profesionales comprometidos y conscientes de los derechos de los chicos.
Esto creo que es lo más importante. Todo lo demás es accesorio. Necesario, pero accesorio: que la obra social, que el tiempo extra que requiere, que la atención de especialistas, que el duelo por la fantasía no cumplida….
Con R. dejé de centrarme en mis deseos y armamos un “equipo” que llamamos familia.
Me peleé con la mitad de las escuelas de Tucumán hasta que conseguimos una que nos gusta a ambos. Llegué a poner una abogada contra mi obra social porque se hacían los giles para cubrir su profesor de natación. Me acompañó a Alemania dos meses en una beca de estudios que me salió en el medio (… vienen con un pan bajo el brazo, es cierto).
Digo, creo que debemos sacarnos las etiquetas que sólo les sirven a los médicos y a los psicológos para ayudarnos específicamente en cuestiones puntuales. R. es, antes que cualquier etiqueta, un niño. Bah, un adolescente ya… (tengo que tratar el tema en terapia….. me creció muy rápido che!) Y como todo papá o mamá, espero que viva feliz, y que pueda crecer incluido en la sociedad, como cualquier otro chico.
Bueno, espero que mi testimonio sirva, pero sáquennos las etiquetas de superhéroes, que son muy pesadas y no ayudan. No ayudan a otros adultos a pensar las diversas posibilidades de adoptar y, por supuesto, no ayudan a los cientos de chicos con discapacidad que están esperando una familia.
F.V.
Testimonio publicado en nuestro grupo de Facebook Ser Familia por Adopción – 2016 –
Escribe un comentario
Debe haber iniciado sesión para publicar un comentario.