Cuando llego mi hija a mi vida recibí muchísimos comentarios de diferentes tenores y colores.–
Algunos de ellos intentaban teñirse de simpatía, y ocultaban tras ese maquillaje el ánimo de intentar insinuar que mi hija no era “tan hija mía” porque ya era “grande”.
Entre los comentarios más sorprendentes surgieron algunos tales como ¿cómo zafaste de la etapa de bebé? ¿Cómo zafaste de escucharla llorar y no saber si tiene hambre, si se hizo caca o si le duele algo? ¿Cómo zafaste de no dormir? ¡Así, miles!
Como si transitar esas instancias moverían la balanza de la maternidad para acreditar su autenticidad.
.
De todas formas, aseverando que ser madre / hija no se corresponde con solo esas cuestiones, me gustaría contar que mi hija, que transita la segunda infancia, también se despierta de noche y llora. A veces porque ve fantasmas, otras porque no puede dormir, otras porque solo se despierta y desconocemos ella y yo por qué.
Mi hija a veces tiene mal humor y de repente está irascible. Desconozco por qué y ella tampoco lo sabe. A veces solo está de mal humor porque tiene sueño.
Me costó mucho diferenciar un mal humor de otro porque yo tampoco sabía a qué se correspondía, todavía me sigue pasando.
A veces tampoco sé qué es lo que le duele porque en su corta edad aprendió a armarse una coraza tan grande para ocultar el dolor y sobrevivir. Solo se que hay muchas cosas que le duelen y ahí tengo que estar, sumergida en esa intriga de no saber qué hacer más que estar para acompañar.
.
Entonces para lxs que aún siguen ponderando la maternidad en esas cuestiones les cuento que por acá también acompaño llantos, enojos, insomnios que desconozco procedencias, ahijo, cuido, acompaño, abrazo, contengo, calmo llantos, transito inquietudes con muchos más “pluses” que la maternidad biológica.
.
En este camino, si hay algo de lo que estoy segura es que la maternidad por adopción de niñxs de segunda infancia no me hizo “zafar” de nada. Me sumo y me suma todo el tiempo.
.

.
Me enseña diariamente a acunar de una forma distinta, me enseña a encontrar las formas, palabras, caricias, silencios, distancias y cercanías adecuadas cuando el dolor se manifiesta, me enseña a ser incondicional más allá de mis miedos e inseguridades. Me enseña todo el tiempo que no haberla visto nacer, ni haberle cambiado un pañal no me hace más o menos madre de ella ni a ella más o menos hija mía. Justamente eso que nos faltó tanto tiempo ahora lo vivimos tan juntas que no necesitamos que nadie nos reconozca ni nos deje de reconocer como tales, porque para ella yo soy su mamá y para mi ella es mi hija… Quisiera seguí escribiendo pero tengo que cortar porque me llama para que la acompañe al baño y su “¿Ma, venís?” Me puede más que nada en el mundo…