Gritar su nombre a los cuatro vientos

Elizabeth Groccia

Esperamos más de una hora y había empezado a llover. Nos amuchamos como pudimos muchos papás y niños en unos gazebos llenos de sillas Colombraro. Jugamos a hacer cuentas mentales y al veo veo. En un momento se levantó viento y llovieron flores del cielo. O tal vez el viento desprendió las flores de los árboles que nos rodeaban en el campo de deportes, no sé. Pero para nosotros llovieron flores. Y algunos nenes y nenas que estaban cerca y nos escucharon empezaron a gritar ¡llueven flores! y fue un momento hermoso.

A él ya se le había pasado la angustia por el pinchazo inminente y se distrajo jugando con la nena vestida de princesa de Frozen.

Finalmente, nos llamaron por el apellido que no queríamos oír. Él me miró con su cara de hasta cuando tengo que cargar con el apellido que no quiero y yo lo miré con mi cara de no me jodas ahora con eso te vacunas y nos rajamos a tomar la merienda. La identidad y los sistemas se llevan muy mal. Ya pasó un año desde que nuestro hijo es nuestro hijo con sentencia firmada, pero los papeles aún no se enteraron. Él sí lo sabe. A él se lo recuerdan cada vez que lo llaman por el apellido que no quiere escuchar más. Le recuerdan que aún no es quien quiere ser, que aún tiene que seguir esperando, como si haber esperado casi toda su vida no hubiera sido suficiente, como si tanto amor construído para ser familia no bastara para gritar su nombre a los cuatro vientos.

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