A veces la maternidad o paternidad que tanto deseamos, y por la que tanto trabajamos también, incluye el poder -¿el saber?- resolver situaciones de violencia.
Las madres o padres que alguna vez experimentamos situaciones de violencia ejercida por nuestros hijos, sabemos que es un tema extremadamente doloroso y profundo donde las cicatrices a veces quedan expuestas en la superficie y en todos los casos, internas. Y es muy difícil nombrarlas después. Pero es imperioso hacerlo.
¿Cómo lidiar con la violencia? ¿Cómo resolverla? ¿Se puede?
Sin lugar a dudas es un tema donde las generalizaciones no tienen lugar y cada situación requiere de la mirada particular a la luz de cada historia vincular; sin embargo, conocer de una experiencia en primera persona puede ayudar a cambiar la mirada sobre ella.
Si tuviera que describir rápidamente digo que el cuerpo de mi niña es pequeño, es delgadita, con unos ojos almendrados negros brillantes, hermosos, luminosos y atentos a cada movimiento de un ave, de una mariposa, el camino de una hormiga. Con unos movimientos de sus manos súper finos en la delicadeza de acariciar cualquier gato o perro que se nos cruza.
Su cercanía es una brisa a mi alma que con ella se entibia. Siempre.
Y cuando comenzamos a conocernos y a convivir en nuestra casa, generalmente por las tardes/noches, se volvía huracán.
Sus manos se cerraban y se endurecían. Los ojos negros perdían el brillo y se volvían cada vez más redondos. Y de su boca salían gritos con insultos, y muchos golpes con la intensidad de torbellino. Espirales de estas situaciones que podían comenzar por diversos disparadores, como el indicar la hora del baño, o la hora de dormir, o si había un pantalón que cambiar.
Mi maternidad deseada tenía que hacerse cargo de esto también.
Las primeras situaciones me tomaron por sorpresa e intenté calmarla con palabras, oraciones cortas intentando no levantar el tono. Sujetándola con firmeza y a la vez cuidadosamente, alejándola de mí para que no me hiciera daño. Tenía que sostenerla con fuerza para que no pudiera romper nada o pueda dañarse ella.
La mayoría de las veces lograba mi cometido, pero esa niña tan pequeñita a veces lograba encontrar descargo en mi cuerpo. Y dolía.
Podíamos estar en esa situación de choques de fuerzas durante al menos cuarenta minutos.
Cuando volvíamos a una cierta normalidad ambas quedábamos exhaustas. Músculos temblorosos y lágrimas que rodaban por nuestros rostros, sin ser llanto, sólo un síntoma de descargo.
¿Hasta cuándo iba a suceder esto? ¿Por qué pasaba? ¿Estaba haciendo mal algo?
Ni idea tenía de ninguna de esas respuestas; lo que sí, empecé a convencerme que había algo que debía cambiar para que algo cambie.
Recuerdo estar sujetándola, ella frente a mí, deteniendo sus puñitos que querían enérgicamente llegar a golpearme. Y de repente, como si pudiera verme desde de arriba, me sentí un monstruo.
¿Ella verá un monstruo? ¿Mi cuerpo a veces con la fortaleza y determinación, se ofrece como monstruo ante su mirada? Pude ver que en esta posición, yo siempre era más alta, mis fuerzas eran mayores y sin embargo mis fuerzas sólo lograban estar a la defensa y no a disposición de un cambio.
Y fue cuando la solté. Y me dejé pegar al menos por un tiempo, tiempo en el que lentamente me iba poniendo de rodillas al piso y cubriendo mi cabeza con los brazos hasta hacerme pequeña, lo más pequeña que pude.
Me desarmé. En ese instante ella se detuvo. Su llanto cambió. Ahora era un llanto de quien pide buscando alivio, buscando abrigo.
Esa acción de desarmarme (nunca mejor dicho, sacar mis armas, sacar mis manos) y hacerme chiquita estaba protegiendo(me) y en el mismo instante protegiendo(la) de la violencia.
No soy psicóloga pero busco comprender por qué desde que cambié a esa posición los episodios de ira casi desaparecieron.
Pienso que adquiriendo esa posición ella se vio en mí.
Pude prestar mi cuerpo para lo que quizás alguna vez ella vivió y así desarmé lo que ella veía en mí.
Esa noche su llanto de angustia se mezcló con el mío liberador y sanador de ese momento.
Hasta el momento no hemos vuelto a transitar situaciones de esa magnitud; y este recuerdo es una parte muy dolorosa de nuestra construcción como familia, que decido compartir por si ayuda en otras construcciones.